firmaba con rapidez la muerte limpia
de los ciervos, lobos, zorros
tensando con calma la cuerda de su arco,
alzó la vista al cielo
y elevó, lentamente, la punta de su flecha
a lo profundo del azul;
así esperó, tumbado y sonriente en la fresca y blanda
hierba, contemplar la luz herida precipitarse en sombras
de fría noche envolviendo su mirada
de vacio,
muerto el día,
muerto el cielo
en el más difícil de todos sus disparos.
Es muy difícil escribir un poema como este, necesita el contraste poético que tú has sabido otorgarle; narración profunda y una especie de "solemnidad" para hacer extrapolables las palabras.
Podríamos decir que el poema deja una puerta abierta a la individualidad, pluralizando el interior de cada uno.
Bellísima la imagen del arquero tomando conciencia de su fin.
Desde mi punto de vista, la moraleja es clara, pero por supuesto, me la callo
Un abrazo, amigo.
Luis Oroz.