Concha Verónica Vidal escribió:Prince, qué bien me hace ir encontrándote por el camino.
Abrazotes siempre.
Sabes que me tienes, siempre.
Siempre mis besos, tu prince.
Moderadores: J. J. Martínez Ferreiro, Rafel Calle
Concha Verónica Vidal escribió:Prince, qué bien me hace ir encontrándote por el camino.
Abrazotes siempre.
Gracias por identificarte así con mis versos Blanca, para mi es un privilegio que cuides así mi poema.Blanca Sandino escribió:Todo tu poema es significado, quizá significados. Y tus significados duelen en la piel como una póstuma tristeza. Algunos los entiendo muy bien, sí. Son como míos, son míos. Gracias por decirlo así.
Blanca"En el llavero de todas mis muertes,
llevo la frontera de las manos,
mares de burbuja, frágiles desde lejos,
desenfocados, insospechables, febriles,
empeñados en poner palabras redondas
en labios viudos que se citan en la orilla."
Gracias por la generosa mirada que me regalas Sara.Sara Castelar Lorca escribió:Es bellísimo Marian, no sólo el poema, también todo lo que debajo de él late, sus significados y esa eterna mirada del poeta que percibe más de lo que muchas veces se puede alojar en las estrecheces del corazón humano. Las imágenes son de una limpieza que corta, como el borde del papel, casi de forma imperceptible pero certera.
Me gusta la mirada que va hacia adentro como una demolición silenciosa.
Todo un placer detenerse en la hondura de tu poesía, en la belleza.
Un abrazo grande
Sara
Marian Ramentol Serratosa escribió:Duele la piel y el ácaro que rueda entre los huesos,
su temperatura sin flores en la boca
como póstuma tristeza
anidada en la axila de un mundo de sangre discontinua,
con harmónicas entre los dientes,
espejos en el pecho
un peine de concha en el bolsillo, manchado de hierba grave,
girasoles de cartón,
polizontes que comulgan con la arena mordida,
de color callado y vientre sin metralla.
Duele la densa cabellera de los besos
que son cintura, inquilinos de mis sienes,
el roce preciso que necesita el dolor,
la felicidad del secreto, el rojo enredado
en la lágrima cuando es cicatriz sobre los charcos.
En el llavero de todas mis muertes,
llevo la frontera de las manos,
mares de burbuja, frágiles desde lejos,
desenfocados, insospechables, febriles,
empeñados en poner palabras redondas
en labios viudos que se citan en la orilla.
Y duele. Duele la canción prófuga de papel
y el blanco de las bocas, con el aire
encadenado al luto de las venas,
qué lástima da verla convertida en una caricia
experta en herir los azules que nunca respiran,
aquellos que perdieron el lamento en alguna zanja,
y ahora ya no encuentran trinchera
donde apoyar la mejilla.
Deja que flote, por favor,
déjame abrazada al contagio del silencio,
con el nombre puesto, rígida de luna,
con la promesa de abrirme al pájaro,
a la copia en blanco y negro de mi frente,
deja que se vayan los verbos,
y el sudor de sus conjugaciones,
déjame en esta ciudad como cuchillo
y en el ruido de su corazón cuando calla.