Editorial Alaire

llanto, dolor, duelo en suma que reclinando los caballos,
pero sin perder ritmo, se lee con cuello alzado y ojos demasiado abiertos

Te esperan los taninos y puede que hasta algún mojito con yerbabuena,
no tardes y échate unas vitaminas que igual las necesitas.

un fuerte abrazo

.

Permanece la espina y su tiniebla,
los ciclos de la noche.
El corazón reclina sus caballos
para torcer el miedo mientras el mundo cae.
Puedo gritar los nombres de la muerte
o herirme en la palabra,
en su menguante rumbo que se aleja,
en su quemante hiel, en su ondulado grito.
Pero no puedo hundir en la memoria
los rastros de la noche,
el peso de la sombra bajo el suelo,
que todo en su retrato escribe.
No puedo hacer del canto una balanza
que nombre con justicia este dolor.
Este es el llanto:
haber perdido el rostro bajo el agua,
después de la quietud en los cristales.
Este es el duelo:
arder en lo aparente del destino
que arroja al abandono.
Permanece la espina y su tiniebla,
ésta heredad que insiste bajo el nombre.

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Excelente poema, querido amigo Benjamín.
Con una visión estética reseñable se muestra el terruño del árbol que medra (si puede).

Sí. Para ser un árbol, no falten las hojas que vagan la base en cuerpo presente, adiós amarillo
que huye del verde, alfombra de frío, del ser, y otras cosas.
El tronco sería la letra celosa, volumen erguido de un tránsito breve, palabras que enseñan, que son, que conmueven, al sueño de nube que espera la copa.

En fin, Feliz Navidad.
Un fuerte abrazo.