Muy bien, Raúl; eres bello.
Un abrazo.
Moderadores: J. J. Martínez Ferreiro, Rafel Calle
Impactante retrato de una realidad de autodestrucción que se repite alrededor del mundo y que varía en algunas cosas menos en su letal fin. Cuando creemos saber quienes son estos jóvenes, estos submundos comatosos, nos sorprende lo cercano que está. Tu poema trata el tema con realismo desde un lente compasivo y se sumerge en el tema con dignidad, en vez de condenación. No es la pobreza la causa, aunque los barrios marginados sean el nacimiento o la destinación que encaja con la miseria y la tortuosa dependencia de esta terrible enfermedad social. No es la auto medicación al dolor existencial, tendrá de todo eso y más sufrimiento, pero es haber caído en una trampa de la cual pocos logran salir. Es una desgarradora realidad que no discrimina su paso. Tu arte poética es vital, Raul.Raul Muñoz escribió: ↑Sab, 19 Ago 2023 0:13
El padre en la cruz calla,
nada dice sobre el olor a madera,
los huesos mudos y cansados
que se pudren en la cárcel
-a veces el mejor canto es el silencio coronado
de espinas.
Solo, mira a sus hijos en el suelo lleno de cristales, con los pies descalzos
después de atracar la farmacia -recuerda que tenían siete años y jugaban
al balón en la trastienda, entre macetas de geranios y jaulas con jilgueros
y canarios de colores chillones, todos viriles y alegres en sus gorjeos.
Solo, mira en la cruz, puede verlos tumbados en cartones deshechos,
inyectándose la heroína. Luego, caen en el pico profundo y dorado.
Llevados por la incomprensión de facturas impagables, por la ruina
del alcantarillado; abducidos por la mala sombra del alumbrado
de calles y escaleras, donde resuenan dolorosos jadeos
de la última adolescente
violada en el portal.
Suspendidos de golpes a deshora -que nadie sabe de dónde vienen ni
adónde van-
caen al coma profundo de las venas.
(Desde la distancia incalculable del inmenso vuelo líquido
del ave testamentaria, comatosos, contemplan las chuches
en el quiosco, la última farmacia antes del atraco).
El día de la perdición llevaban el retrato de sus madres en la mirada,
el ruido de sartenes y cacerolas estrellándose en la cocina. Podían ver
por el cristal opaco a las mujeres, sonámbulas, buscando a sus maridos
borrachos; vieron la noche desbocada corriendo a buscar el caballo.
A sus pies, quemando, el incienso sube mientras recitan el santo rosario,
sentadas, con el inútil temblor de las rodillas ofreciéndose por sus hijos.
El sermón bendecirá la osadía de los jóvenes, tan lejanos como esquivos.
La penuria de la vida -no cabe aquí decir austeridad- siendo incrédula
profanaba los cementerios; terminaba la paz en un sueño en demasía
quebradizo.
Benditas gasas y bendito alcohol en bocas de la generación perdida,
que redime a la muerte recordando la vida, el asesinato, la injusticia,
volando sobre quienes malviven en el extrarradio de la marginación
- ¿ cómo negar el alivio, cuando el dolor es insoportable, insufrible?
-¿Quién habría de soportar lo insoportable, ofrecer algún consuelo?
El padre, en la cruz, calla,
mira a la mujer en un rincón,
despreciada -madre, esposa, novia, hija, nieta, hermana, prima, santa,
puta, y un largo etc…-
que vomita la mala leche
de tantos pájaros caídos.
A veces, el mejor canto es el silencio coronado de espinas.
¡Quién sabe! Pero, esto es un hecho, así sucedió… Sucede
y me temo que seguirá sucediendo.