Editorial Alaire

Manuel Alonso escribió:Ignacio, he disfrutado con el poema. El cierre, bellísimo. Un abrazo, amigo, gracias por compartirlo.

Guillermo Cuesta escribió:Hay veces que el silenci clama y que el poeta siente. Siente que la palabra es lanza y que la lanza hiere incluso
antes de rechazarla.

Un abrazo y una asimetría cuasi cuasi pluscuanperfecta.

Un abrazo

Marimar González escribió:Magnífico poema donde se impone la soledad del hombre, aunque esté rodeado de otros igualmente solos y desamparados en este mundo caótico e indiferente. Me ha atrapado esta lectura.
Saludos, Guillermo

Ramón Castro Méndez escribió:Excelente poema, Ignacio. Entiendo que habla de soledad, que refleja a un hombre perdido o no comprendido. Metáforas e imágenes impactantes, rotundas, con sentido, de alta gama, por así decirlo, que no dejan indiferente. Hay todo lo bueno en este magnífico poema. Un placer pasarme por tus letras.

Mi enhorabuena.

Un abrazo.

E. R. Aristy escribió:

Ignacio Mincholed escribió:...

No hay ruido más intenso que el de un hombre que se quiebra,
no hay ruido más inmenso que el de la soledad. Ni los glaciares
crujiendo el tiempo, ni el roble cuando se desgaja. Cómo será
la luz que acompañe a la vida cuando se queje y deje de soñar,
cansada del sonido de tantas quiebras. La vida advierte, indica,
aunque a veces duerma muda emboscada en lo indeterminado.
Las elegías del caos que nos abrochan a la incertidumbre, solos
en este volumen de pérdida y evocación, totalidad encadenada
en la que acordar los límites de la asimetría es voluntad absurda.

Ayer me descolgué, de balcón en balcón,
entre los metales de las ciudades invertidas,
esas por las que pasear demanda juicio,
donde sus habitantes viven cabeza abajo
congestionados por la rabia, irritados, flojos
con piernas de alambre y voces de motor,
ahogados en el polvo de las cosas muertas.

Resultan ferozmente nocturnas a la luz del día. Todo oro y ceniza.

Cualquier paseo, los salones de los bares,
las puertas de los parques. Todo de oro y ceniza.
Buscaba la poética de los vivos y sólo zombis
me saludaban invitándome a bailar banderas,
todos celebrando el fervor de la solidaria soledad
pintados por la ira del narciso, todos sordos.
Olía a la almizclada obscenidad de los sexos
agitados, olía a turba oscura y a guerra, a vino,
a sangre primitiva, a embutido seco, a soberbia.

Exclamé en voz alta. Grité.
¡Poetas!
Callaron. El silencio de un mar de goma cuajó la masa amarillenta,
irracional, excitada por los neones de las iglesias, de los pueblos,
de las razas, de las necias respuestas de las obtusas complacencias.
Poetas, si calláis,
desalojarán el pasado del futuro viejos arcángeles, locos conscientes
con espadas de bits, amortajarán la vida desbravada. Nos quebrarán.

Me miraron unos niños.
Un obispo junto a su perro leía en su iPad el apocalipsis del domingo.

...

Excelso, a prueba de de escrutinio. Tu elocuente poema me sobrecoge! ERA

Silvia Savall escribió:

Ignacio Mincholed escribió:...

No hay ruido más intenso que el de un hombre que se quiebra,
no hay ruido más inmenso que el de la soledad. Ni los glaciares
crujiendo el tiempo, ni el roble cuando se desgaja. Cómo será
la luz que acompañe a la vida cuando se queje y deje de soñar,
cansada del sonido de tantas quiebras. La vida advierte, indica,
aunque a veces duerma muda emboscada en lo indeterminado.
Las elegías del caos que nos abrochan a la incertidumbre, solos
en este volumen de pérdida y evocación, totalidad encadenada
en la que acordar los límites de la asimetría es voluntad absurda.

Ayer me descolgué, de balcón en balcón,
entre los metales de las ciudades invertidas,
esas por las que pasear demanda juicio,
donde sus habitantes viven cabeza abajo
congestionados por la rabia, irritados, flojos
con piernas de alambre y voces de motor,
ahogados en el polvo de las cosas muertas.

Resultan ferozmente nocturnas a la luz del día. Todo oro y ceniza.

Cualquier paseo, los salones de los bares,
las puertas de los parques. Todo de oro y ceniza.
Buscaba la poética de los vivos y sólo zombis
me saludaban invitándome a bailar banderas,
todos celebrando el fervor de la solidaria soledad
pintados por la ira del narciso, todos sordos.
Olía a la almizclada obscenidad de los sexos
agitados, olía a turba oscura y a guerra, a vino,
a sangre primitiva, a embutido seco, a soberbia.

Exclamé en voz alta. Grité.
¡Poetas!
Callaron. El silencio de un mar de goma cuajó la masa amarillenta,
irracional, excitada por los neones de las iglesias, de los pueblos,
de las razas, de las necias respuestas de las obtusas complacencias.
Poetas, si calláis,
desalojarán el pasado del futuro viejos arcángeles, locos conscientes
con espadas de bits, amortajarán la vida desbravada. Nos quebrarán.

Me miraron unos niños.
Un obispo junto a su perro leía en su iPad el apocalipsis del domingo.

...

Guauuu Ignacio no se que decir...Inmenso y con una fuerza inexplicable.
Te aplaudo compañero.
Un abrazo grande.

Pilar Morte escribió:Magnífico poema, Ignacio, con fuerza e imágenes logradas. Me gustó mucho
Abrazos
Pilar

Óscar Distéfano escribió:Me ha sorprendido la lúcida profundidad del poema. Aplaudo el admirable giro de tu poética: me sobrecoge el tema y me emociona el orden.

Abrazos, amigo.
Óscar

Hallie Hernández Alfaro escribió:Me ha encantado este poema, Ignacio; extraordinaria la forma en que llegas a ese grito y a esa dimensión afectiva-receptiva-asertiva. Un final poderoso para un poema que se las trae.

De pie en la sala de Alaire para ovacionar tus buenas letras.

Un abrazo.

Ramón Carballal escribió:Un poema profundo, con versos existenciales que conforman un todo realmente logrado. Mi felicitación por el poema, Ignacio. Un abrazo.

J. J. M. Ferreiro escribió:Una grito elegíaco de la consciencia. Los versos pesan como barras de hierro reluciente o plomadas que se hunden, nos hunden.

Poetas, si calláis,
desalojarán el pasado del futuro viejos arcángeles, locos conscientes
con espadas de bits, amortajarán la vida desbravada. Nos quebrarán.

No, no nos quebrarán. A lo poetas, a los hombres y mujeres habitados por un lobo estepario, nadie los quiebra.

Todo un placer de lectura, amigo Ignacio.