Editorial Alaire

Rafael Valdemar escribió:Un manantial de melancolía emerge
del álveo de este cuerpo que ha sentido
madrugadas ateridas en sus huesos
mientras latía un corazón en llamas.
Porque la bruma de los años ha borrado
el estigma de la luz, se limita mi horizonte
y desde la matriz del tiempo, a menudo,
regresan los hijos que alumbró el olvido
trayendo un anatema gris a la añoranza.
Ahora todo sobrevuela a través del pasado
haciendo en la reminiscencia cabriolas
que se agitan como oriflama que esgrime
la esperanza de quien todo lo aprendió
sin ser amado y cuando el futuro se diluye
en la sal solidificada de mis lágrimas
improvisa su danza el viento y en silencio
pronuncia un nombre entre los árboles para
que un beso inexperto resurja de mis labios.
Es entonces cuando se hace monotonía
la costumbre y por las calles vaga errante
hasta tomar posesión de lo prohibido.
Cuando mi rostro palpita a la intemperie,
un sabor a azogue escupen los espejos
y con su eclipse de ausencias, la vida pasa
y a mi intimidad umbría la desnuda; luego,
voraz como el deseo con aspiración caníbal
así me abraza la nostalgia mientras, sumisos,
los suicidas sobre mi piel escriben su epitafio.

Rafael Valdemar escribió:Un manantial de melancolía emerge
del álveo de este cuerpo que ha sentido
madrugadas ateridas en sus huesos
mientras latía un corazón en llamas.
Porque la bruma de los años ha borrado
el estigma de la luz, se limita mi horizonte
y desde la matriz del tiempo, a menudo,
regresan los hijos que alumbró el olvido
trayendo un anatema gris a la añoranza.
Ahora todo sobrevuela a través del pasado
haciendo en la reminiscencia cabriolas
que se agitan como oriflama que esgrime
la esperanza de quien todo lo aprendió
sin ser amado y cuando el futuro se diluye
en la sal solidificada de mis lágrimas
improvisa su danza el viento y en silencio
pronuncia un nombre entre los árboles para
que un beso inexperto resurja de mis labios.
Es entonces cuando se hace monotonía
la costumbre y por las calles vaga errante
hasta tomar posesión de lo prohibido.
Cuando mi rostro palpita a la intemperie,
un sabor a azogue escupen los espejos
y con su eclipse de ausencias, la vida pasa
y a mi intimidad umbría la desnuda; luego,
voraz como el deseo con aspiración caníbal
así me abraza la nostalgia mientras, sumisos,
los suicidas sobre mi piel escriben su epitafio.