E. R. Aristy escribió:BONSAI
Por E. R. Aristy
I. Viaje al centro de la semilla
He regresado muchas veces a la casa fantasmal de mi infancia.
Retorno en busca de mis dientes de leche, quizás sea un sentimentalismo
lo que inicialmente me haga volver al mismo vacío.
A una estancia suspendida en la multitud dimensional, de otra cosa,
que no podría ser más que una brecha en el suspenso de la capa recóndita
de los recesos de aquella manifestación, alrededor de la cual,
la eternidad ejercita su flujo cuántico y me exonera de la Física.
Al borde de una barandilla inverosímil, la estructura hueca me desafía, algo ya que he aceptado, pero que no deja de asombrarme; desde esa peripecia incierta puedo ver los pisos que no son más que vigas que cuelgan amenazantes por donde se puede uno perder en los ojos de su abismo. Cuando cambia la luz, es otra escena igual de subyugante; las nubes que atraviesan (submarinos del Limbo) como he llegado a llamarlos, parecen ir y venir del mar de los tiempos. No muy lejos, una puerta roja me ofrece su ojo mágico, como un film antiguo se vislumbran los campos por donde flotan caballos salvajes, negativos sin revelar, a todo galope camino a pastar del centro de la semilla, en el cenit del sueño, en la más honda de las zonas vírgenes.
A ratos, también ellos se transforman en rostros afables, o en muecas que observan
las sombras siniestras, a saber, los cambios caprichosos de la ilusoria memoria sujeta
como un péndulo a la hipnosis incondicional de los sentidos de mi propia carne.
El boceto inacabado que primero se forma al llegar, semeja la casa primitiva montada
en los árboles, de modo que, no una, muchas veces, me pregunto ¿de qué posible
memoria predatoria vengo a protegerme? ¿Acaso no fue una loba que me dio de mamar?
Cuando cruzo la cuerda floja que conduce hacia los pasadizos en aquel caparazón deshuesado, en una mano aovada, sostengo la yema del miedo, y en la otra, un bonsái.
En esta casa, para toda definición, deforme, converge la esencia de mi signo: un vaso frágil donde reside todo el poder del viento, la polinización de los pequeños mundos que se esconden, y trasbordan como si sus almas no fueran a residir en algún umbral
luminoso.
En cada capa se adhiere un conocimiento íntimo del Sueño y el Soñador. Un diseño que preserva la simpleza del germen, de modo que nacer no es suficiente, hay que mirar directamente al abismo, cada fruto, cada cosa como una réplica exacta del Amor. Un filamento frágil de las partes de un diseño a prueba de inspección a su reverso, que une y expone en forma tan simple la Gloria de Dios.
II. En el tiempo de soñar
Seguramente volveremos aquí,
lo único imposible es dejar de soñar.
En mi respira el místico delirio de una estirpe,
para los ojos del mundo, ya extinta.
En los intersticios de paredes verdes,
en el estómago pardo de las polillas,
la noche de estreno quedaría en trizas;
empero, algunos amigaron al mundo
con aros y cintas de colores,
se ataron al viento y alzaron proa
hacia las Antillas, sin mayor temor
que saltara Tití al fondo del Atlántico,
y se perdiera su revuelo irresistible.
Sin más ni más, levantaron carpa;
"señoras y señores,
y niños de todos los tiempos"
-el mago con gran fínese-
producía del sombreo a Titi
envuelto en coloridas plumas,
¡abra...cadabra!
y un público presto aparecía
para darle la vuelta al mundo
en 80 y tantos suspiros.
Eran cosmonautas de lo desconocido,
se llevaron al mundo por delante,
otros, hicieron sus éxodos a pie,
antes de que su futuro llegara
habían emprendido el viaje de acción,
de alguna forma los pasos
solidificaron un camino
(aún no logro explicarlo
tan bien como Bruno Laja)…
construyeron sus distancias,
sus riesgos, y sus desvíos,
los menos y más afortunados,
jamás llegaron a la Ciudad de refugio,
se hicieron extraños,
negociantes en la premura,
se hicieron capataces de Bienes y Raíces,
después alquilaron el mundo.
III. El santuario de los arboles enanos
En el tiempo único del rey Mon
había un campo sagrado
cerca del pueblo de Mao.
Un matrimonio ya viejo
cuidaba con humildad
de todo árbol enano
que Eugenio quiso plantar.
Todo fruto autóctono
alrededor del rancho,
Mamey, guayaba, mamón,
Jagua, entre otros, guanábana.
Eugenio era un niño precoz,
morado como la uva de playa,
dibujaba aviones sobre un terreno baldío,
se escapaba lejos, con su ingles de muelle,
a ver las embarcaciones llegar.
En Sánchez, quedo enterrado
el secreto del circo,
pero Eugenio, que venía de una tradición
oral, y así se dormía cada noche,
sin saber si iba a despertar,
se había aprendido de memoria
las historietas de aquel mundo cosmopolita;
post descubrimiento, precolombino,
Taino y medio,
nuevo, sobre todo eso, un mundo nuevo.
A medida que llegaban los barcos,
otros frutos componían el jardín,
el tamarindo de Asia, y de Europa
las naranjas, limones, guineos,
los nísperos, y los aguacates,
granadillos y limoncillos,
higos, que en bíblico sentido
hablaban de los tiempos;
hombres que saben leer las hojas,
y así disciernen la primavera,
pero, que no saben, o quieren leer
las señales de la vela al rodearse
de su propio charco:
el final de una oración
no tan difícil de escribir
como la primera.
Monumental poema, Era, un tríptico de lujo.
Recibe un abrazo con mi aplauso.
Felipe.