Ignacio Mincholed escribió:...
Te mueves ahí, en el extraño confort
de los riscos y las simas, desnuda
en lo vertical de tu pensamiento
porque te sabes cómoda, segura
respirando tranquila, dormida,
tranquila y vanidosa, dormida,
asomada al vacío de los acantilados.
Y ahí te mueves, flotante, ligera,
desprendida de dios y el hombre, sola
frente a la pasión de vivir sin nombre
los días y las causas, ligera, ausente,
imprecisa apurando el tiempo
como el vino, voluntaria desterrada
de los pulsos magníficos del amor.
Te dejas vivir y la vida te sube alta
enredada a tu espalda recta, junco
de cabellera espesa, medusa roja.
Atrapada, estática, áspera soñando
cuentos y besos que te proponen
las luces hipnóticas que te aletargan
sumida en el abismo de los acantilados.
Y ahí te quedas, formidable y pétrea,
sólida en tu natural mármol, fría,
callada y ciega, callada, callada y sola,
escarcha y nubes, pálida. Envuelta en nada.
Ya no flotas ni vives, tiemblas sola,
callada, dormida, indefinidamente muerta
en las entrañas de los acantilados.
...
Me gusta mucho este poema. Logras formar un personaje que en algun momento hemos conocido o al leer tu bello poema creemos conocerlo. Muy bien logrado, te felicito, Ignacio. Abrazos, ERA