J. J. M. Ferreiro escribió:A la catedral de León.
A Julio González, leonés exiliado en Bilbao.
Catedral, gigantesca luminaria
que enciende su armadura
en los tizones de la sombra.
La llama tras los gestos
profundiza en las máscaras.
Catedral, en tus vidrios el tiempo está apretado
como una granada madura.
Aquietan el silencio
dos aceros devueltos a tus flancos
mientras crece el misterio de un velado torbellino.
La piedra estalla
ante el delirio de color que arde
en tus fachadas,
y ya, las horas, libres de su encierro,
reposan absolutas en las calles.
Son
tiempo habitado
que progresa y madura.
Es tu inasible devenir
repartido en dos mundos
―erráticas entrañas golpeando luz y sombra.
Catedral, brasero de siglos,
estrella de aleteo intacto,
escinde tus enigmas
en una transparencia desollada.
Aunque sé que no soy merecedor de estos regalos, confieso que los acepto con gratitud y emoción. Porque viene este presente de un amigo generoso, grande en el compartir, tolerante en la discrepancia, afable en el trato, respetuoso en lo personal, trabajador del verso y por el verso, con dedicación y atención a cuanto le rodea y un amor por la vida que
se sale en poemas, grata convivencia y entusiasmo que llega a la mesa bien servida, el mejor vino y la compañía grata allá donde la ocasión lo reclame.
Amigo y compañero Ferreiro, me has sorprendido removiendo los cimientos inestables y frágiles de mi catedral y mi ánimo. Ese monumento al que con tanto acierto elevas tu canto no deja de ser una metáfora de mi vida de leonés errante y felizmente exiliado a los confines vizcaínos. Belleza y fragilidad construidas en la luz; esa luz de la que nuestro admirado y respetado maestro Antonio Gamoneda tanto sabe y tanto dice. Me has puesto en tu magna obra al lado, a la sombra, de la pulchra leonina, y ya soy sólo piedra de su piedra caliza arrancada en Boñar, débil resistencia al aire frío del norte y las heladas de marzo, y -sin embargo- grito que resiste el paso de los siglos, testigo de la magia del hombre y sus sueños hechos vanos, alturas y vitrales. Gracias.
Todo tu poema se precipita como una catarata de agua vivificadora en versos y palabras que ahondan en el misterio de la catedral de León. Me parecen muy hermosos, particularmente, los versos que se desgranan en la estrofa:
La piedra estalla
ante el delirio de color que arde
en tus fachadas,
y ya, las horas, libres de su encierro,
reposan absolutas en las calles.
Son
tiempo habitado
que progresa y madura.
Es tu inasible devenir
repartido en dos mundos
―erráticas entrañas golpeando luz y sombra.
Parece que hubieses adivinado las horas pasadas en su entorno o frente a su pórtico oeste, el tiempo aquietado de los ocasos en su interior cuando la última luz enciende los rosetones y el alma, sin pretensiones religiosas ni veleidades extrañamente místicas, habla consigo misma y el hombre admira el trabajo artesano de canteros, maestros del vidrio y orfebres capaces de representar este sueño. Por eso, dices bien, la catedral está viva en el tiempo que la habita y que evoluciona y madura... No podías haberlo expresado mejor.
Bien, amigo, otra vez y muchas veces gracias por la exquisita delicadeza de tu dedicatoria. Gracias, también, a cuantos comentando tu obra han tenido palabras amables para con mi persona. Aquí queda tu poema y también, con él, mi gratitud. Con un abrazo.
Salud.