SUBE

Cuentos, historias, relatos, novelas, reportajes y artículos de opinión que no tengan que ver con la poesía, todo dentro de una amplia libertad de expresión y, sobre todo, siempre observando un escrupuloso respeto hacia los intervinientes.

Moderador: Hallie Hernández Alfaro

cristian
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Registrado: Dom, 14 Sep 2008 17:51

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Mensaje sin leer por cristian »

Sube, me dijo. Esperabaque esta historia fuera mejor que la de ayer; hace rato venía guatiando mi tío consus relatos. Esta vez subí y dentro era lo de siempre: el mismo estrecho de losasientos, la tierra y los papeles en el piso, la guantera abierta porque estabamala. Pero también todo era diferente: la historia de mi tío, lo que memotivaba a subir al auto y acompañarlo a hacer sus trámites. Tomó el volante yse echó a andar. La Citroneta estaba en buen estado, el motor era unamaravilla, apenas sonaba. La dedicación que mi tío producía en el auto era depasión; su joya era una majestuosa loza digna de reliquia. En el camino, un parde marchas y mi tío empezó a envolverme con su nueva y distinta historia.Recuerdo que movió el retrovisor y me dijo si tenía la menor idea de qué es serrealmente un actor, diciéndole, por supuesto, que no (aunque lo supiera mirespuesta era la correcta; no me quiero ni imaginar que al decirle que sí,corte su historia y el viaje se convierta en una lata). Cuando era cabro chicotrabajaba en el negocio, qué tipo de negocio, no lo sé, sólo escucha, me dijo. PepeBigote, sí Pepe Bigote se llamaba mi empleador, el mejor vago de todo Coquimbo,el mejor gran hijo de perra del mundo. De este porte (su mano chocaba con eltecho del auto) y así de ancho (si no es porque estoy yo de copiloto su brazoderecho salía por mi ventana). Era el respeto del barrio en persona. Por ahídecían las buenas lenguas que vivía con tres mujeres, y uno como es pendejo loprimero que me imaginé eran tres mujeres iguales a él con labores repartidas enel hogar del Pepe Bigote (no lo sé, creo que era lo más lógico aunque haya sidoun simple comentario de niño) y cuando le comentaba a mi mejor amigo, que ahorano recuerdo su nombre, me decía que me callara, no fuera que por ahí me escuchara y me arrepintiera luego de haber dicho tamañacosa, qué cosa, no lo sé, sólo escucha. Por la tarde de un día me senté aesperar a los muchachos e ir a lanzarpiedras al techo de la iglesia para que saliera el cura extranjero, al cual lefaltaba tres cuartas parte de riñón. Era un chiste el anciano. De pronto unamano apareció desde mi nuca y se interpuso frete de mí. Hacía bastante calor yun trozo de sandía ofrecido por el gigante, una jugosa y rojiza sandía, no meera para nada mala, a si es que antes de pensar la acepté. Ven, me dijo. ¿Entróa su casa? ¿Vio a las mujeres? ¿Eran más de tres? Sí, ¿sí qué? le dije, erantres, tres mujeres como nunca había visto, eso es, nunca había visto unascaderas que desaparecieran en el contorno, en los varios contornos queadornaban sus gordo cuerpos, ¡dignas tres gracias (pero los ojos de mi tío erande sin-gracia) de Botero!, me respondió. Entonces eran como te las imaginabas,tío, no… bueno sí, pero no. Y llegamos al destino. Decidí esperarlo dentro dela citro mientras el tramitaba. De lejos podía ver al sujeto detrás de mi tío,del relatador de historias, el verdadero tío. Enseguida subió y nos marchamos.<o:p></o:p>
Ya, ¿y?, le dije tratando de retomar laconversación, “y” qué, me respondió, “sípero no”, tío, le volví a preguntar explicitando lo inconcluso. Pasó a segunda y siguió. Lo que pasa es quelas tres eran sus hermanas y no sus mujeres, como me lo imaginaba. Cuatrohermanos gigantes en vez de uno. Entré a su casa. Al entrar estaban recogiendolos platos del almuerzo y se detuvieron al verme penetrar su morada y luegocontinuaron en su trabajo por lo menos una media hora. Me senté en el sillón, PepeBigote fue al fondo de su pieza y ahí permaneció por lo menos una hora. Yo porel rato me entretuve jugando con un chihuahua que los hermanos tenían demascota. Se notaba que era cachorro, y un cachorro muy pulguiento; los hermanosno perdían el tiempo en otra cosa que no fuera el buen comer parece. Maté,recuerdo, unas diez o quince pulgas y de recompensa me lengüeteaba toda lacara, pero en lo que más me entretenía era cuando incentivaba a que se mordierala cola como un trompo. Luego las pulgas me empezaron a hacer efecto: me habíacomenzado a picar donde no quería que me picaran. Me preparaba a rascarme losdesesperados cocos cuando en una de esas piezas del fondo aparece Pepe Bigote.De un salto me paré para que no me viera con las manos metidas en el pantalón,y fue en aquello cuando vi fuera de la casa un tipo bajándose de un automóvil yabriendo la reja con dirección a nosotros, mientras uno, al parecer uno másjoven, mucho más joven, sentado de copiloto, trataba de ver con el sol encontra al otro usando su mano como visera. Desesperado, Pepe Bigote me tomó conun brazo, como el tentáculo desproporcionado de un pulpo, y me llevó a la piezaen donde se encontraban las hermanas durmiendo una siesta bajo un carnaval deronquidos. Me lanzó y se devolvió aprisa cerrando la puerta. Reboté en una yfui a dar, en un segundo rebote, en los senos de otra. Me di cuenta que no sepercataron de lo que estaba pasando ni de mi llegada desde el cielo. Era niño pero no gil, y tenía bajo mi cuerpola oportunidad (desproporcionada oportunidad) de acariciar la teta de unamujer. No me importaba si era fea o bella, lampiña o velluda, atea o creyente;la oportunidad estaba y me hubiese pasado de estúpido si no la aprovechaba.Estiré su blusa hacia abajo tratando de tomar con ella su sostén y lanzarmebajo la desesperación de un púber novel a besar toda su gorda y sudada teta.Pero no había para qué hacer aquello: la hermana dormía sin su sostén (quizá noexistan sostenes tan grandes), entonces me senté en la cima de su estómago, mearrodillé y contemplé dos enormes botones hinchados que sobrepasaban la firmeza de su blusa¿pezones, tío?, le pregunté, no, me respondió, frenando la citro y bajandonuevamente. Sin darme cuenta la gorda ya casi me había hecho blanquear los pantalones. Tenía que bajar mi verga, novaya a hacer que mi tío cuando se devuelva y suba me vea los pantalones y depasada mi bulto con un tamaño fuera de lo común. Comencé a pensar en cosas queno estuvieran relacionadas con el sexo, empecé a perder la vista hacia fuera,hacia donde estaba mi tío. Éste conversaba con tres mujeres muy guapas, y comoa mi tío no le faltaban bromas, las mujeres sonreían y dejaban ver aún más susbellezas. Un par de segundos después subió mi tío con las mujeres a la citro,sentándose ellas dos en la pate de atrás. Desde el arranque pasaron un par deminutos sin que ninguno de los cuatro hablara, pero no lo encontraba para nadamalo; me hubiese incomodado demasiado que continuara contando la historia conla poética que estaba aplicando, estando aquellas tres mujeres presente. Entremedio del silencio me moría de ganas de entablar algún tipo de diálogo conalguna de las dos. Sentía el perfume que traían, podía imaginarme sus labiospintados de rojo y una suave capa de polvo en sus rostros. Las ganas eranmayores y sentía que debía hacerlo, era mi oportunidad y no podía dejarla pasar(me imaginaba horas después contándoles a mis amigos que estuve con dos mujeresen un pequeño auto observándoles sus magnas bellezas). Sentía como hablabandetrás de mí unas pequeñas voces, susurros de menta, de sensualidad, susurros devida y de muerte desesperada, susurros que me clavaban el cuello y laentrepierna. Hablarles o despreciar la vida. Moví los labios, pero fue la vozde mi tío la que escuché. Ninguna de estas tres chicas tiene pezones como losde la hermana de Pepe Bigote, te lo aseguro ¡si apenas cabía uno en mi boca! Despuésde un rato de sentirme como bebé, tenía una verga de miedo y que debía sacar eintroducírsela en la boca; ya no me importaba si despertaban las tres, yo sóloquería mojar con saliva esta cosa (se tocó las bolas y a esa altura ya dudabade la pulcritud de las dos mujeres). En el momento que acariciaba su bocaintentándola abrir, afirmándome la polera con las dos manos, sentí cerrarfuertemente una puerta y, al segundo, el rugir de un motor. Enseguida recordéque también existía Pepe Bigote y decidí dejar de lado lo que estaba haciendo e irme lo másrápido de la casa ahorrándome cualquier represalia. Mientras salía sin meterruido alguno, observé ligeramente que pepe bigote estaba concentrado mirandohacia fuera desde la ventana, por lo que salí saltándome el muro del patio¿Pero por qué mi tío había subido a estas dos mujeres? ¿Eran realmente putas?¿Engañaba a mi tía pagando por sexo? Creo que pasaron por lo menos una semanapara volver a ver a Pepe Bigote. Iba caminando y se me cruzó. Alcé la cara y losaludé intentando decir que ese día nada había pasado, que a las gordas nadales había ocurrido, pero no me reconoció, sólo me miró e hizo un gesto deamabilidad. Pepe Bigote, soy el del otro día ¿te acuerdas? ¿cómo están tus hermanas?Se detuvo, sacó de su enorme chaqueta de cuero una cajetilla y de esta uncigarrillo, lo puso en su boca y me dijo, sin gesticular ningún músculo facial,si me gustaría ir nuevamente. No lo pensé dos veces. Perdón, interrumpióinesperadamente una de las mujeres, a la izquierda, frente al portón blanco,sí, en la casa roja. Mi tío detuvo la citro y bajó otra vez (pero algo me hacíapensar que no iban a ver más), pero esta vez con cierto interés. No aguanté ymiré las nalgas apretadas de las mujeres cuando pasaban por el asiento de mitío hacia el exterior: rojos y blancos; corazones y transparencias. Desde laentrada del lugar alcanzó a decirme que no había dejado de venir hasta quecumplió dieciocho. <o:p></o:p>
No me podía quedar en estaocasión dentro de la citro, pero primero quise asegurarme a qué lugar habíamosllegado, a si es que empecé a mirar y como el sol estaba un poco fuerte meayudé con la mano. Nada raro. Bajé y lo acompañé. Ya adentro, mi tío se detuvoy las mujeres le dijeron que esperara, que verían si lo puede ver, a lo que mitío respondió, con una sonrisa de confortabilidad, okey. <o:p></o:p>
El interior de la casaera un bombardeo de colores silvestres. Todo daba la impresión de comodidad;sus alfombras tapizaban casi todo lo que uno veía. Las cortinas, el suelo, loscandelabros (judíos si no me equivoco), lámparas y hasta una gruesa capa dehumo se alineaban para dar paso a una armonía que desde el primer paso dentrome hizo sentir un frecuente visitante de aquel hogar. Me adentré a lo que aprimera sensación era desconocido para mí. Avancé por un pasillo que me llevó auna sala de estar en donde se encontraba una persona sentada en una silla deruedas al lado de una ventana con vista a la calle. Me daba la espalda, pero deigual forma se notaba su contextura un poco excesiva; sobrepasaba los límitesde la silla de ruedas fácilmente. Me quedé parado en la entrada de la salamientras mi tío se acercaba al sujeto. Se detuvo a su lado y le habló al oídopor un momento breve. Pasó un momento en que no se dijo nada en la sala, y lasoledad pasó a reinar junto con la comodidad. Mientras tanto empecé a observarlas fotografías puestas en cada una de las paredes que rodeaban a mi tío. Habíauna en donde deduje aparecía el tipo de la silla, pero sin esta, sentado con unperro bastante grande a su lado; el gordo se veía feliz. Otra estaba un pocodeteriorada, pero aún así se alcanzaba a notar tres grandes manchas negras, delas cuales no quiero levantar comentarioalguno. Pero una, una foto fue la que me dejó en el abismo del misterio; erauna foto normal si no hubiese sido por el trozo que faltaba. La toma fue desdela casa que está allá en frente ¿la ves por la ventana? Ve; asómate, fue lo queme dijo mi tío sorprendiéndome mirando la fotografía cavilosamente. Fui haciadonde me decía, deteniéndome justo en el lugar donde había estado hace unmomento el gordo ensillado. Con olor a viejo y a sudor en ese metro cuadrado,eché un vistazo hacia donde estaba nuestra citroneta en la calle. Raúl me latomó desde ese lugar, justo donde está la citro, me dijo bajando el tono de suvoz, fue el día cuando me largué a trabajar para al norte por 40 años. Tresdías después de mi desaparición, sus hermanas murieron; yo sabía el desenlace,casi no tuvo fuerza para soltar esas palabras. Supongo que eso explica la rabiaque llevó a Raúl, el buen hombre Raúl, para llegar a sacarme de esa foto. Pero tío ¿no hubiesesido mejor no poner la foto? Raúl es de aquellos que piensa que olvidar es ladebilidad más grande que pueda tener el hombre; el camino más difícil escerrar, pero no sellar, ¿me entiendes?, esa palabra me resonó por unos segundosun millón de veces, pero no pensaba en ella, sino que pensaba en lo que misojos miraban: [I]los espacios vacíos noexisten[/I].<o:p></o:p>
Esperamos, sentados en elsillón, uno al lado del otro. Mi tío sabía que algo me pasaba; yo sabía que memiraba de vez en cuando en mi silencio. Necesitaba esperar al anciano obesopara ¿descubrir algo? no lo sé, pero necesitaba verlo. Una hora después, no aparecíatodavía y mi tío (no sé si para romper el silencio que nos merodeaba y que, sinlugar a dudas, lo estaba poniendo nervioso) me dijo en donde habíamos quedado,pero yo, sinceramente, no me acordaba de nada. Le pregunté: ¿de qué murieron?Pero nunca me respondió. Una hora más después, nos largábamos de la casaaburridos de esperar al anciano. Subimos a la citroneta Mientras dábamos lavuelta para salir de allí, mi tío me dijo apuntando con el dedo hacia laventana, mira. Bajé el vidrio. El rostro del anciano se podía ver claramente:pena, gordura y vejez auspiciaban la que se mostraba casi segura como lamuerte. Poco a poco nos fuimos alejando y poco a poco el sol fue blanqueando elrostro del anciano hasta desaparecerlo de mi vista. Al doblar en la esquina, fugazmente vi a mi tío riendo y entrando a lacasa una y otra vez junto a mí. Miré a mi tío y me dijo, no distinguiendopregunta de afirmación: [I]puedes llenarlos[/I]. <o:p></o:p>
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