Crónica de un “Coronavirus” inesperado.

Cuentos, historias, relatos, novelas, reportajes y artículos de opinión que no tengan que ver con la poesía, todo dentro de una amplia libertad de expresión y, sobre todo, siempre observando un escrupuloso respeto hacia los intervinientes.

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Marisa Peral
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Crónica de un “Coronavirus” inesperado.

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Estaba convencida de que, en su día, publiqué esta Crónica, que hoy es recuerdo, triste pero recuerdo.

Crónica de un “Coronavirus” inesperado.

Desde mi ventana veo la antena colectiva del edificio de enfrente. Sobre ella pasa el invierno una cigüeña impasible. De vez en cuando surgen peleas encarnizadas con las cotorras argentinas que pueblan los árboles del parque cercano. Puede que la naturaleza dote a los animales de algún sentido especial para detectar el peligro y este año, antes de San Blas, se fue la cigüeña impasible. Bandadas de ellas hicieron su viaje a destinos más cálidos y seguros. Huían de esta catástrofe, ahora lo sé.

Desde mi ventana, ahora veo a personas que pasean a sus mascotas, veo pasar autobuses vacíos, servicios de limpieza, policía en sus coches patrulla, alguna vecina que va a la compra o a la farmacia. Nada extraordinario que vulnere las normas de confinamiento impuestas para combatir esta pandemia.
También, desde mi ventana, cada día a las ocho de la tarde veo ese gesto solidario de agradecimiento individual y colectivo a todos cuantos hacen posible que esta incertidumbre sea más leve, hace que nos sintamos más pequeños y humanos sabiendo que hay personas que, desinteresadamente, se exponen por todos y cada uno de estos habitantes del mundo, a los que nos cuesta reconocer nuestra debilidad y egoísmo.
Casi seis semanas de confinamiento dan para pensar mucho, sacan lo peor de cada uno y también lo mejor. En este tiempo incomprensible hemos celebrado virtualmente nueve cumpleaños. Dos Piscis los días anteriores a la orden de confinamiento y los otros 7, Aries todos, hasta el día de hoy, 20 de abril.

Mis 4 nietos hacen sus tareas escolares con ayuda telemática y la de sus padres que, como todos los padres, no saben cómo acabarán el curso. El mayor es más serio y responsable, un preadolescente que no se queja mucho y para compensar este secuestro tiene su horario para jugar con sus compañeros de clase. La segunda supera el encierro disfrazándose hasta tres veces al día, canta, baila y construye legos. La tercera dibuja mándalas y ayuda a su mami, otras veces juega y discute con el más pequeño, a los dos se les ha caído un diente, a ella el número 16 y a él su primer diente. A pesar de las dudas pudo llegar el Ratoncito Pérez.
La buena noticia para los pequeños es que dentro de una semana podrán salir a la calle, aunque sea un paseíto se lo han ganado, mis pequeños héroes.

En casa hay ratos para todo, estamos en ese grupo de riesgo que hasta ahora era la Tercera Edad, los jubilados a medias que valemos tanto para un roto como para un descosido, como decía mi Madre.
A veces reímos, a veces lloramos y siempre esta inquietud, este miedo por no saber cómo defendernos de lo que nos está acosando.
Hablamos con todos, los hijos, los nietos, los hermanos, las videollamadas son el salvavidas para verlos y escucharlos. También con los amigos, algunos han pasado el mal trago y otros están luchando, varios no lo han superado y en la distancia queda ese sabor amarguísimo de la no despedida.

Hay un silencio inusual y a veces ni siquiera se oye el canto de los pájaros, de pronto un autobús provoca un aleteo de palomas asustadas que sobrevuelan las copas de los árboles.
Desde mi ventana miro y espero, confío en la sabiduría de nuestra sanidad y en que no nos toque en este “sorteo” el premio definitivo de perder la batalla contra este enemigo invisible, violento y silencioso.

Cuidaros mucho, no sabemos por cuanto tiempo pero #HayQueQuedarseEnCasa

© Marisa Peral Sánchez - 20 de abril de 2020
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Marisa Peral Sánchez

¡Nunca te dejes poner
el tornillo que te falta.
Corre y se feliz!

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