1
Recuerdo de la Mujer Muerta
A Gallardo Chambonnet, por haber llevado tantas veces a Abyla en su pensamiento.
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No volverá la savia a recorrer
la profunda estalagmita de las arterias del puerto,
oscurecerá el vestido gris que llevabas en la esquina del otoño,
el gemido taciturno de Machado ante la muerte
en la canción crucificada
de un hombre confundido que no creía en el amor
porque no supo de tus ojos ni te conocía
y sigue en la espesa niebla de las ramas que lloran en el pasado,
en la soledad de una gente
que no recuerda dónde está su memoria,
dónde la excavadora que se llevó las flores del Campillo
y la sonrisa del sol que derramaba su miel
sobre los cabellos escarpados de una mujer amortajada.
2
No volverás
Y durante un instante, en su rumor,
regresa el latido del primer poema
de una vida
como una música lejana que se apaga en la noche.
(Constantino Cavafis - Voces - Versión: F.E. León)
Es cierto que no vuelve lo que nunca pasó
y siempre se hace tarde cuando el alma se agrieta
y se va la esperanza
como una mariposa que atraviesa las nubes
y empapa la tristeza de su vuelo
con la presencia oscura que guarda los rescoldos
de un deseo ferviente que resiste en la sangre.
No volverás, lo sé, pero te espero al alba
con la flor en los labios
de la mirada quieta en la eterna sonrisa
de una estrella fugaz
que caerá en tu olvido cuando hierva el recuerdo.
3
Muchacha del recuerdo
Tú eres la muchacha que busqué
cuando aún no existías.
(Joan Margarit)
Anochece en mi rostro
cuando pasa por la alfombra de tu calle
la muchacha de ayer que todavía te busca,
lleva al cuello tu cruz,
brilla en el recuerdo donde apenas sonreías
y lanza pétalos de ensueño a los claveles
de un futuro
enclavado en una estatua que guarda una mirada
de amor hacia los tristes
a pesar de los fusiles, el mostaza y las cadenas
que no pueden devastar la palabra
de los santos descreídos
que emergen de las brumas cada día
para seguir viviendo la fe en nuestra sangre.
4
Temporal de levante en Abyla
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Te abrazaré en la herrumbre
de los vuelos ruinosos
por llevarte la vida que resida en la muerte
de una ciudad vencida y arbitraria
que no desea
que sigamos su aliento,
sus medallas, su paso o su corona
para abrir la cortina que encierra los mensajes
en el rumor del mar que nos aleja,
nos mece y nos castiga
en la verja de brumas vaporosas
del Mare Nostrum mustio y desteñido
que extiende una caricia agresiva
por el muro de sombras circundado
por una prédica perversa y subjuntiva
que se arrastra en la cumbre lastimera
de una hoja caída que ha borrado tu nombre
en mi libro de ruta innortada
y no encuentra medida ni presencia
en mi rostro de lunes que sigue en su cilicio
aletargado y cruel.
Tú nunca me dejaste las alas de las nubes,
la dirección de tu bolso y tu falda,
ni el rincón de los lirios marchitos que agolparon
los fracasos prendidos en el sueño que reza
en el templo añorado por las olas y el viento.
5
Ciudad dormida
Estoy triste y busco la causa de mi tristeza.
Quiero saber por qué es tan dulce tu palidez, amiga mía.
Por qué, como nieve en el lago, es tan hermosa tu mirada.
Por qué me acuerdo de tus ojos si no te he conocido nunca.
(Leopoldo Panero – Ciudad sin nombre)
A Phil Ochs; ¿Encontraste la paz que tu inmenso corazón te negó siempre?
Caen las flores sobre el tejado
que baja a un paraíso oscuro y ceniciento,
cae la noche
como el recuerdo de un hombre gris y brillante*
que se quedó colgado en el árbol del camino. **
¿Por qué no siento la libertad
bajo el manto transparente de tus alas caídas
sobre su quietud errante?
¿Por qué encuentro en mi puerta la sombra tenebrosa
que ha quedado de mí mismo?
¿Por qué amo a la que fuiste en tus momentos amargos?
Como una toalla arrojada desde una esquina
la ciudad me muestra su cuerpo adormecido,
entre los gritos, las banderas, y el mar
se hunde en la camisa vestida de un domingo carcelario,
y tú no vuelves
para impedir que me convierta en la estatua
que gime ante la altura de tu encanto
o en la orquídea que derrama su aliento y su dolor
sobre el olvido de una palabra antigua y harapienta.
Detenida, como la carta de un amante
que no encuentra un mensajero en su deriva,
tu mirada se pierde en las líneas de un poema mutilado
y escrito con torpeza,
en los coches abandonados junto a las muñecas rotas
y en las fábricas sin pulso cuyas chimeneas
tienen la misma dirección
de unos labios que huelen a licor y a despedida
mientras reconstruyo el requiebro
que no sabré decirte cuando vuelvan las hadas,
cuando la nube roja se apodere del levante
y detenga la elegancia de tu rostro
en el cielo que surcan los halcones
cerca del Mirador que mece el barco perdido
del arroz*** que agoniza
desde entonces en la lengua de los marineros
inundando la tierra empinada
y dura que mira con fijeza
a los ojos temblorosos del Estrecho****.
* Phil Ochs. Poeta estadounidense con sueños universales
**Estrofa escrita sobre una fotografía de Sylvia Plath.
*** "Estás más perdido que el barco del arroz". Dicho ceutí de la posguerra. Se utiliza, con cierta sorna, para mostrarle a alguien que está desconcertado, sin dirección en algún asunto concreto.
**** En Ceuta es el Estrecho a secas.
6
Cuando mueran los poemas
Me dejó a solas con mi triunfo y su muerte.
(José Emilio Pacheco)
Ya escucho tu sonrisa en el mar que se aleja
y busco en otros diques de tu arena la orilla,
vivo como un olvido flotando entre las aguas
que se alejan de ti, sin poder detenerte.
(Ya escucho aquellos versos)
Cuando mueran los poemas en mi cuaderno
y aparezcan contigo en la calle de la ausencia
no será culpa del rapsoda que llore entre los muros
sino mía
para siempre, solo mía y derramada
como un templo abandonado
en el crepúsculo
que ya no escucha la caída de los dioses,
como la mano que un día me ofreciste
cuando ya no podía
fijarla en los tabiques densos y supurantes
de una sombra profunda y corrompida
que no supo cerrarse en mi memoria;
era una hoja grave en un diario
que no querías guardar en tu equipaje de quimeras,
la palabra de un amante sepultada
por las cenizas de un jardín y un limonero,
un sueño agonizante
que alentar no quisiste con los labios,
una espera
cuando ya había pasado el último tranvía
con el corazón de Chopin en una urna túrbida
envuelta en el levante, las notas y los recuerdos,
en una queja que se movía bajo la sangre de una verja.
Allí seguía latiendo perdida y pesarosa
la huella que borraste en la luz de mi mirada
que sufría el gesto caprichoso,
las ansias peregrinas
que dejaste que anidaran en un balcón de mi costado
y nunca los arrancaste del laberinto de mi alma.
Te quise y no sé si me arrepiento
cuando te veo emerger
de nuestros espigones como si fueras otra,
como si nunca hubieras vuelto del exilio
al que tú misma te desterraste
mientras se levantaban las hojas de los sauces en tus ojos.
7
Los cines y las fábricas
Llevas en la mirada el soplo del Poniente,
en los labios la herida
tierna y ronca del pájaro que tiembla
en la acera caído
entre los transeúntes silenciosos
que asaltan el vacío y rutinario
cristal de la memoria en los escaparates,
el halo transparente de los cines,
el humo de las fábricas,
el rayo que ilumina la caricia distante
en la huerta que muere
y se cubre con lirios de pureza
para hablar de los bancos con un nombre grabado,
con un libro perdido con la letra borrosa
y una firma sentida y olvidada
que no advirtiera nadie en un cuerpo que espera
la llama de tu amor, la magia de tus manos.
Llevas en la mirada el mito del exilio
de las nubes canoras que nunca se han movido
de tu eterna esperanza en los jardines,
del viento de tu imagen venerada
y ardiente
que llena las paredes con un nombre,
que rompe los adagios con un verso medido
y atormentado
que hierve en las esquinas teñidas de silencio,
divaga en la mañana, y sonríe a la muerte.