
Los cautiverios y el éxodo,
la esclavitud y la libertad,
la lluvia de la noche sobre los párpados,
los sueños de las aves,
el cordón agitado del zapato,
la carrera de fondo, simétrica y común.
Las presas casi vacías, como el rencor humano hacia su naturaleza,
los ojos del gato que se mueve por instinto,
el instante en que escucho, sin ruido,
el silencio, como el aliento de la voz,
como un prolegómeno de las nubes,
como un gas, un protosol, una luz náufraga
en el universo.
No sé en ese momento, si existo.
Si habito en un planeta, o en la memoria de otro hombre/astro/cometa/vestigio/hundimiento,
por ahora me dejo llevar por algo inédito,
como las sobras de un antiguo mundo,
un pasadizo que se abre solo,
cuyas puertas despobladas e insonorizadas,
manejan el idioma de las huellas.
Llego a un lugar al que nadie ha llegado.
Apenas penetro en la penumbra,
mis huesos chirrían,
mis ojos sospechan,
mi marcha se detiene.
Me fundo.
Los espejos de mi mente duermen.
Sin duda es el mejor escenario para sacar todo el teatro que llevo dentro.