Escocia se acercaba
creciendo en esplendor
con el tiempo detenido,
tiempo de amar
¡Oh tiempo todavía de esperanza!
Mas todavía tiempo de silencio.
y me azuzó el deseo de hallarme entre tus cartas,
de oír tu voz
llegando en continua caricia.
Era clara la luz del aquel amanecer.
El agua estaba azul o verde
—ella no lo recuerda—
y el buque parecía detenido entre las gaviotas.
Un grupo de emigrantes tomaba el té en silencio
tras una borrachera
—como un lujo—
de cerveza escocesa.
Y unas monjas miraban a lo lejos
acercarse la isla de Mull.
Ya el muelle Fisherman se veía
y las mujeres animaban
los fatigados rostros.
Se ofrecían en plenitud
y después se devoraron con los ojos
quemados por el sol.
Cada labio era fruto,
cada pierna, palmera.
Las casas —de colores—
que se apiñan en el muelle,
los viejos que dormitan en los soportales
y el profundo, subterráneo deseo,
discurre entre las mesas,
entre la música, la vida
y las voces de almendro joven.
Creyó oír voces conocidas cantando en español,
allá en la bahía o los rostros pensativos,
o tristes, de aquellos marineros
muertos entre lingotes de oro.
El sol iluminaba el verde.
Escocia dormía todavía.
Y ellos por lo menos regresaban
¿A qué?
En la clara mañana, el buque ancló,
como todos los días en el muelle gris.
negro y vacío
entre luz de amaneceres esquivos
agua de furia verde o azul.
El verano derramó cenizas
con sus melodías en el alma,
como un lamento de distancia.