De mi Familia y otros Integrantes

Cuentos, historias, relatos, novelas, reportajes y artículos de opinión que no tengan que ver con la poesía, todo dentro de una amplia libertad de expresión y, sobre todo, siempre observando un escrupuloso respeto hacia los intervinientes.

Moderador: Hallie Hernández Alfaro

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Ana García
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De mi Familia y otros Integrantes

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Eso de que los niños nacen con un pan bajo el brazo es mentira, porque el mismo día en que nací yo, nació mi jeep y nos arruinamos de por vida. Mientras mi madre intentaba parirme, mi padre compraba el coche, pero no un coche cualquiera, sino el más grande y caro del concesionario.
Unos meses después se iría a vivir la noche parisina con su flamante coche y dejando en Madrid a toda la familia ocupándose de la nueva integrante, o sea yo. Pero, esta es otra historia que ahora mismo no tiene lugar en la vida de mi Jeep.
Como decía anteriormente, compró el jeep y se fue al hospital, donde sabía que estaban todos los familiares a mi espera. Al enterarse de la compra, fueron a conocerlo, siendo el centro de atención, dejándome a mí de lado. Así que nací sola, bueno acompañada de mi madre y de unos desconocidos que me agarraban de la cabeza y tiraban de mí hacia el mundo exterior.
El primer ruido autentico que escuché fue el del Jeep cuando me llevaron desde el hospital a la casa de mi abuela. ¡Parecían los rugidos de un león! Me asusté pero nadie me tomó en cuenta.
Mi padre lo conducía todo orgulloso, creyéndose un cowboy montado a caballo. Él era dueño y señor de la carretera y no había coche capaz de adelantarle, siempre iba el primero.
Al principio, salía antes del trabajo para lucirlo por todo el barrio de Salamanca, que recorría una y otra vez, terminando su ruta en alguna terraza.
Se metía en el bar y se sentaba al lado de la ventana mirando disimuladamente cómo la gente se paraba a observarlo. Se le veía bien debido a su llamativo color rojo, porque era un coche nuevo y por sus dimensiones.
Era tan grande que cuando mi padre iba al volante parecía que el coche iba solo. Todo aquel que se lo encontraba no podía por menos que indagar de dónde había salido semejante auto. Los que entraban en el bar le daban la enhorabuena por partida doble y mi padre se dedicaba a invitar a to quisqui. No sé qué salió más caro al final, si el coche o las copas.
Y yo, a todo esto, sin poderle ver apenas, porque entre el trabajo y sacar a pasear al Jeep se le pasaba el día y no coincidíamos. Por eso cuando me hablaba me daba miedo. ¿Quién era ese hombre tan extraño, que viene a comer, me hace cuatro chorradas con la mano, me dice gugu, papá, mamá y se va corriendo!
Cuando inauguró el taller de mecánica en un pueblo de Valladolid, fue perdiendo la ilusión por el coche.
Nos pasábamos la vida yendo de una ciudad a la otra y ahí fue cuando me dedicaba más tiempo: en los viajes. Ya hasta le cogí confianza, al igual que al ruido del Jeep. Nunca he vuelto a dormir igual de bien que cuando hacíamos esos trayectos.
Cuando salía de aquella máquina mi padre se parecía a Dios. Y es que tan solo andaba en casa, fuera, no sé por qué extraña razón, era incapaz, tenía que desplazarse en coche, aunque fuera para ir a casa de los vecinos. Esto es algo que se ha heredado en mi familia. Y no sé por qué a mí no me pasa, soy la única a la que no la gusta conducir.
Los primeros años de mi vida me gustaba acompañarle con el coche. El lugar a dónde iba era lo de menos, cuanto mayor era el trayecto mejor dormía yo.
Hubo una época en la que el Jeep sufrió la maldición de las fiestas de Rueda, temíamos que éstas llegaran porque siempre le pasaba algo. En una, nos lo robaron unos gitanos que vinieron a poner la plaza de toros portátil. Tuvimos movilizado al pueblo, buscándolo por toda la zona, hasta que apareció en el rio Duero, se había caído por el puente de Aranda. Los que no aparecieron fueron los ladrones.
El coche quedó en unas condiciones lamentables. Las puertas no se podían cerrar, entonces mi padre les puso unas cuerdas para trabarlas, los cristales no se sujetaban y se caían, cogió unas cuñas de madera y así se lograban mantener.
Quedó todo lleno de rayones y mi padre compró Titanlux rojo donde la Nati y lo pintó, perdiendo el brillo anterior. Los bollos los intentó disimular a martillazo limpio. Cualquier parecido con el coche de antes era pura coincidencia.
Al año siguiente, en fiestas, íbamos a los encierros del campo en Jeep. Empezó a subirse gente por el camino, dentro, fuera, encima, por abajo… medio pueblo estaba montado.
Mi padre, para hacer el tonto y porque el vino comenzó a hacer su agosto en su mente, se acercaba mucho a los toros, tanto que la guardia civil le dijo por altavoz:
“¡Por favor, aquel coche rojo lleno de gente, que se retire!”.
Y mi padre, que vivía la fiesta como el que más, no se retiró y ocurrió lo que tenía que ocurrir, el toro embistió contra el coche y se quedó clavado en él.
Tuvieron que pegarle un tiro y serrarle el cuerno que permaneció para siempre en el coche, porque si lo quitábamos, quedaba un boquete muy grande;
así, al menos, lo disimulaba un poco y no entraba el aire.
Otro año, mi hermano y sus amigos de la peña cogieron el coche de extranjis, antes del amanecer, para que mi padre no se enterase. Iban al pinar a por piñas y se les cruzó un pino en el camino. Les tuvieron que llevar al hospital, pero todo quedó en un susto y en no dejar entrar a mi hermano en casa durante todo un mes. Se fue a vivir con la abuela.
El coche quedó un poco mal. Pero lo que fue un milagro es que al motor, como siempre, no le pasó nada. Lo único que cada vez hacía más ruido, tanto, que ya no se podía hablar dentro de él, solo gritando, pero salíamos afónicos y yo no podía dormir tranquila.
Notaba cómo la gente nos miraba cuando íbamos en el Jeep, y yo empecé a sospechar que no era porque llamase la atención por ser un coche impresionante, sino más bien, por el escándalo que preparábamos por donde pasábamos.
Era tal el ruido, que mi padre le compró un radiocasete para disimularlo, e incluso poniendo la música a tope, ésta no se escuchaba.
Poco a poco el coche ganó otra utilidad: se llegó a usar para cargar animales, abonos, piensos, basura… creándose un intenso mal olor. Y ahí es cuando yo dejé de montar porque me moría de la vergüenza.
Con las goteras que tenía y los restos de trigo y cebada creció hierba, hasta que le cubrió por entero.
Llegó el momento de su final, un día se paró el motor y se quedó en el patio de la casa del pueblo para siempre, abandonado, como refugio de los gatos miedosos que se escondían en él cuando escuchaban el ruido de los cohetes o los disparos. La afición de mi primo era matar las palomas del campanario, le encantaba el tiro al pichón. Y a mi madre no la importaba desplumar y cocinar esas piezas.
Las discusiones con el cura pertenecen a otra historia. Tremendos fueron los debates con mi familia y la curia. Lo que nunca voy a entender es por qué me matricularon, tiempo después, en un colegio religioso. El razonamiento maternal valía su peso en oro: Las monjas no tenían que aguantar situaciones estresantes con maridos o hijos. Se supone que disponen de más tiempo para dedicarlo al estudio.
Esta fue la historia del primer coche al que le nació una niña debajo de sus ruedas. Luego llegaron otros. Recuerdo aquél híbrido azul que fue el resultado de unir dos, al estilo Frankenstein. Aunque Mary Shelley nunca pensó en coches cuando ganó la apuesta y obtuvo el reconocimiento mundial por una de las obras más famosas de la literatura.
Le bautizamos con el buen nombre de Prometeo y con él recorrimos media España.

EPILOGO:
A veces pienso que las cosas tienen alma y pueden reencarnarse para intentar vivir otra vida mejor. En 2017 uno de mis hermanos compró un coche fabricado en 1953, destartalado al que le faltaba todo o casi. Con tiempo y dedicación le ha devuelto la vida. Y como la historia se repite pude conocerlo en septiembre del año pasado. Con la edad ya no duermo tan fácilmente y, pude disfrutar de un bello paseo por la ciudad.
La gente del barrio donde vivo nos preguntaba de todo mientras admiraban la restauración y no tuvimos que invitar a nadie.
Esta vez no ha supuesto la ruina de la familia.
El Jeep ha sabido dónde podía resurgir y plantar su alma.


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Ana Muela Sopeña
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Re: De mi Familia y otros Integrantes

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Increíble lo que cuentas y cómo lo cuentas. Da para una película.

Escribes genial, amiga.

Espero impaciente la siguiente entrega.


Un beso enorme
Ana
La Luz y la Tierra, explosión que abre el corazón del espacio.
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Ana García
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Re: De mi Familia y otros Integrantes

Mensaje sin leer por Ana García »

Ana Muela Sopeña escribió: Sab, 25 May 2024 11:00 Increíble lo que cuentas y cómo lo cuentas. Da para una película.

Escribes genial, amiga.

Espero impaciente la siguiente entrega.


Un beso enorme
Ana

He jugado con cierto grado de humor para contar cosas difíciles de explicar.
No estaría mal un corto sobre la vida. Nada mal.
Gracias por leerme.
Un abrazote.
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Óscar Distéfano
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Re: De mi Familia y otros Integrantes

Mensaje sin leer por Óscar Distéfano »

Un relato intenso, muy bien desarrollado que, alegóricamente, nos revela una época, un mundo, una nostalgia. Creo que el vehículo que se describe, con nacimiento y muerte, ha reencarnado en toda Sudamérica (he visto muchos de ellos agonizar en los talleres y en los patios baldíos).
En esta obra destaco la pasión/emoción del narrador, lo cual produjo un ritmo que atrapa al lector.

Te felicito, compañera. En prosa también convence tu talento.
Óscar
La poesía es la única soga de la cual dispongo siempre que caigo en el pozo del todo sin sentido.



http://www.elbuscadordehumos.blogspot.com/
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Ana García
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Re: De mi Familia y otros Integrantes

Mensaje sin leer por Ana García »

Óscar Distéfano escribió: Mié, 29 May 2024 11:31 Un relato intenso, muy bien desarrollado que, alegóricamente, nos revela una época, un mundo, una nostalgia. Creo que el vehículo que se describe, con nacimiento y muerte, ha reencarnado en toda Sudamérica (he visto muchos de ellos agonizar en los talleres y en los patios baldíos).
En esta obra destaco la pasión/emoción del narrador, lo cual produjo un ritmo que atrapa al lector.

Te felicito, compañera. En prosa también convence tu talento.
Óscar
Por Valladolid se ven coches clásicos en ferias. Ahora solo conducen híbridos que no suenan, que si te descuidas te llevan por delante, sobre todo a los que vamos pensando en cuentos y/o poemas. O sea, yo.
Disfruté mucho con el vintage que restauró mi hermano. Era como viajar en otro siglo. Fue una gozada.
Gracias por tu comentario, Óscar.
Un abrazo.
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