el pavimento duro,
donde queman los sueños se cimentan las lágrimas.
Si algún día me falta la retórica
escribiré teatro
disfrazado de verso.
Me lo ha dado todo,
-líneas en cursiva,
estrépito en su ausencia-
cada pulsación una hora de estorbo,
cada contradicción es mi palabra
mintiéndole al espíritu,
espantando palomas.
Mi apariencia es estoica, por eso insisto en ella.
No sé qué me hizo el mundo.
No sé qué culpa tiene.
Coño, por eso no sé qué decirle.
Me retiro a llorar, quiero golpes certeros,
pero no valgo para recibirlos.
Luego me quedo un rato,
el uso de la lírica me puede,
y al final…
Acabo haciendo todo como ella me lo pide.
Y la lluvia no cesa en mi interior,
con la vista nublada no oteo el horizonte,
pero puedo sentir este diluvio
palpitando,
como mil corazones,
haciendo resonar cada membrana,
tronchando cada punto de mi cuerpo,
incidiendo hasta abrir
poros en este aire que conserva ese yo
llevado por la piel,
herida solo, solo, de poesía,
me siento solo, solo, y sin dolor.
quién me llama,
qué llama sigue viva en esta toda noche,
en esta oscuridad, el glamour de la duda,
el deje y el resabio, el tiempo al fin y al cabo,
que conquista mis huellas por la Tierra.
Me sensibilicé con las formas del cielo,
con la mirada amiga,
el estornino muerto en el asfalto,
necesito un estímulo…
Quizá.
Tal vez no hago poesía,
no debería, creo,
puede que me genere incertidumbre,
pero eso me ayuda, me convence,
es en sí lo que importa:
Solo eso me basta como excusa
para expresarme, con o sin razón.
Amo lo que esto implica…
Escribo verso a verso,
los recuerdos del día que percuten
en la ilógica y vuelven a su abismo
las plegarias,
como espectros, demonios o alimañas, chirrían
como un cántico sobrio, olvidos de inocencia,
y el árbol del Edén multiplica sus frutos,
la lírica me llama desde un terreno hostil,
sin horizontes,
por escasa que sea la cifra decimal,
por vasto que resulte ese primer mensaje,
lo pertinente es gozar de la amplitud,
hábitat de lo exacto,
no a la inversa.
Continuar el legado del instante,
por más que la primera vez se hunda
en un fondo común de inexistencias,
me aproxima al señuelo de la sombra,
proyectando el sonido,
subterfugio mortífero que zozobra en las formas,
la brisa se prolonga incluso desandando su camino,
sea libre o esclavo
no será la escritura ésa que me condene.
Aunque este beneplácito nace de mis palabras,
todavía no escucho aquella voz,
el arrullo común para todas las cosas
que simplemente esperan tu llamada,
mis entrañas reposan,
no hay trifulca en mis órganos,
se esfuman los desiertos,
y aunque no me acuerde de nada,
me desprendo del llanto que solivianta todo.
Y en este recorrido de silencio
habla solo en las venas mi propio desahogo,
como polos opuestos de uno mismo,
resplandece en futuros su saliente,
cuido mi perspectiva,
pátina que acumula polvo bajo mis párpados,
y despliega su ocre entre las sábanas,
sin duda un dejavù,
ocultando en las sílabas, varada, una familia,
y nunca vi llegar
esta aciaga justicia para mí,
he pasado de estar al margen de mis textos
al vacío que une qué era y dónde estoy,
punto sobre otro punto,
son mis expectativas.
Que la sangre se abra,
que un poema se cierre solo conmigo dentro,
con el niño que han sido todas mis ilusiones,
con los besos que resultaron fingidos,
las esperanzas, muchas, muchas, todas de ellas,
el amor de mi madre,
los comentarios de mi hermano,
las advertencias de mi abuela,
las amistades, de mi padre,
lo que nunca pude negar,
aunque quisiera,
siempre han estado ahí,
para lo malo.
Pongo mi sufrimiento por delante,
pero ya no, ya no, a nadie por testigo,
pues no le pertenezco,
y el alivio es lo único que siempre colma el vaso.