A Antonio Satir y su pre oscuridad resplandecienteLa luz que rozaba los ojos
se va de un soplido,
no me acostumbro ver los salones
desbaratados y huecos,
solo cabe una flor dormida,
era mi abuela, tu madre,
la hija con su recuerdo
que despertaba en otro jardín.
Las escaleras bajaban hasta el pozo
más hondo a buscar el agua,
antes que la sed nos borrará la boca,
antes,
estaba tu cántaro,
y antes del sol la oscuridad.
El tercer cielo
de betas pandeadas
fue el tiempo sin láminas.
En sus alas desaceleradas,
la conciencia divina
abría la flor de fuego de la mística,
eras a la vez un cúmulo de sangre y una cicatriz voraz como el infinito.
Es un paisaje invisible detrás de la ventana.
Si corres tras de él como el viento
no lo verás brotar.
Sufre para subir y bajar la escalera secreta,
sufre por escalar el calvario
que agudiza tus sienes clavándote
un lirio de cieno blando y fatal.
Si desmayas en el ocluso río de edades oscuras
cayendo al abismo de tus propios ojos,
verás la materia palidecer y quemarse en tus células,
[la pre oscuridad] del poeta Satir,
manifestándose en sus labios de éter,
la evocación de seres alienados como planetas
de un cosmos vítreo.
En el revestimiento no hay partituras
la música se filtra al revés de los resplandores
Son remesas a los niños que duermen en el fondo
del sueño de la vida, todos somos pequeños
como una espina.
Somos El Divino del caos de los astros nacientes,
La fugaz luz de la muerte inminente,
La flor y la espina crujiente,
La pequeña luna del oriente,
La rosa blanca de rojas hojas,
La calma de una tempestad insurgente,
La frisa corta, la silla vacía,
la garganta, el cuchillo, la aorta,
divinamente enfermos de finitud incierta
todos somos sueños besados por la muerte.
E. R. Aristy