Después de tantas noches
ahora todo nos parece una ficción absurda.
En cada esquina donde no te hallaba
estabas lloviendo sobre mí.
La luz de la mañana ilumina tu rostro
–solamente tú en la escena–
entre aparatos y latidos
y un laberinto de cables,
lejos de las imágenes que ahora evocas,
de las sombras que nos hostigan
sin dimensión adonde evadirnos.
Flotantes hogares en el aire,
el lugar donde habitas hoy.
Igual que unas cerillas húmedas
en un universo de papel mojado
nada podía prendernos,
o eso pensábamos. Pero, ya ves,
aunque nada sea lo mismo, todo se repite:
ella se va una vez más
–tal vez definitivamente–
hacia un lugar impenetrable,
allá donde habitan los sueños
de nuestra adolescencia,
arriba de las ojeras de un tránsito
que ya nunca sabrá de nosotros.
.