Eduardo Muñoz Sánchez,
que en paz descanse.
I
La esponjosa melancolía de un renacuajo
encandila con azúcar a una madre selva
-equidistante-
Las manos acarician montículos de arena
recordando la tenue forma de un hormiguero
-rectilíneo-
Se asoman al filo de la tarde los pedruscos
despeñándose en el abismo de una mirada
-cóncava-
Desgrana el semillero un pájaro ultravioleta
oculto en la insondable blancura de una luna
-esférica-
En la inmensidad del misterio pluricelular
divaga la ciliada verdad de un paramecio
-ovalado-
Recita un pobre payaso sus micro oraciones
ahogando en formol la astronomía de una vida
-irregular-
Un padre explica la razón de la histología
apartando el seco ramaje de un árbol bronquial
-inmenso-
Se derrite en silencio la blanca parafina
ofreciéndose en pentagramas a una neoplasia
-terminal-
Y la soledad traza líneas de metileno
imaginando la cálida mano de un tiempo
-infinito-
II
Eduardo, escúchame, solo en mi ciencia
albergando ser de nuevo tu hijo
por los vericuetos de un entresijo
amado por una amada dolencia.
El amor del verso por la confluencia
antes de ofrecernos su luz predijo
la dulce derrota de un acertijo
a desvelar por la imberbe conciencia.
Sírvase del olvido la cordura
cuando la raíz hundida en la tierra
añora las manos del sueño eterno.
Quepa en tu frente mi propia fractura:
el tiempo escrito de quien desentierra
la razón de ser contigo más tierno.
III
Trazada la línea del horizonte
virginal e infranqueable la belleza
al abrigo del sol una certeza.
La mater por el espejo bifronte
empuja a fuerza de hacerse simbionte
el rostro ecuánime de una proeza;
desprendido tanto amor por su alteza
me asomo a la música del sinsonte.
Todas las voces caben en un grito,
mientras Eduardo juega a la pelota
quien fuera el hijo desciende del cielo.
Y, solo, sin encontrarme gravito
mientras discurro por esta derrota,
la larga cabellera del anhelo.
IV
Aún no me había desvanecido,
agazapado entre los matorrales,
con algún huevo caliente entre las manos,
cuando diagnosticaron aquel cáncer
demasiado avanzado y terminal.
En pocos meses descansaba en papiol.
V
Yo estaba allí el día de tu entierro;
tendrías que haberme visto tan solo
recordando travesuras campestres,
perdido por aquellos subterráneos
que iban al velatorio y la capilla.
Y puede ser que escriba conmovido.