No quise retenerla, ¿de qué hubiera servido
deshacer las maletas del olvido?
Pero no sé qué diera por tenerla ahora mismo
mirando por encima de mi hombro lo que escribo.
(Joaquín Sabina - Amores eternos)
No me llames en la noche
callada de tu olvido,
no me dejes soñar la luz de la alborada
que transita por la estrella que te cubre
con la queja profunda de un hombre atormentado,
con el último gesto de un monstruo perseguido.
Navego en los cantares undosos de esta tierra,
en castillos de sombras anudados a una herida,
porque quiero encontrarte de nuevo en la memoria
de esa muchacha que surca las calles
que nos vieron pasar,
porque en sus entrañas he vivido
las llagas aceleradas del sueño de tu voz,
el geranio que vibra solo con tu presencia,
la miel de tu fragancia vertida en los panales,
la cruz de tu silencio,
la cadena sujeta a los largos caminos de tu nombre,
a una vieja soledad que no envejece
mientras pasamos,
a una barca sin destino varada en la presencia
de los días dichosos que se fueron.
II
He pisado la isla entre el cielo y las matas,
me hundo y tengo miedo,
he cantado a los hijos perdidos de la noche,
he mirado la vida
como si fuera un sueño interrumpido,
he atracado en los astros de los dioses que penan
en caminos de polvo que perdieron su nombre,
en templos derrumbados cubiertos de cenizas
Ya no puedo pensar en ti sin una mueca,
ya no puedo olvidar la furia de tu brisa,
la soledad del mundo que brota en tu mirada
cuando dejas atrás la huella de los versos
en tu vestido,
y el silencio del búho que recorre la playa
de mis caídas bruscas, de la muerte
suspendida en el aire, en el leve latido
de la marea tibia que se recoge mustia
en la cala silente,
y no hallo mi alma, perdida en la tristeza.
III
Vives en otro mundo
que para mí
fue el más querido de los últimos rayos
que bañan las higueras de tu esquina
que aún florece
en el recuerdo amable y perseguido
que dice que eres única, que siempre te amaré.
No he dejado de amarte,
a pesar de la hondura del proceloso curso
que me encierra, nos cubre y nos disgrega,
no he dejado de amarte todavía.
Volveré a los huecos de tu mente
para romper tu noche tensa y larga,
al camino de luz
que recorrías
para encontrar la huella de tu paso.
IV
Quizás vuelva la noche profunda de las calas
y camine en tu rostro
la luz por los estrados y muestres el deseo
de vivir en la tierra
que anidara tus pasos cuando te perseguía
y te daba la llama ardiente de mi voz.
Llevas en la mirada el soplo del ocaso,
en los labios la herida del pájaro que tiembla,
llevas en la gardenia los versos que se esparcen
en la huerta que muere
y vuelve en el recuerdo
para hablar en los bancos de la luz apagada
del capricho que acoges en tus alas sentidas.
V
He querido la sombra inquieta de tu blusa,
la nube embriagadora de tu canto,
la hiedra de tus muros,
he colgado un poema en el atracadero,
viste su melodía
la farola en la piedra de un quejido lejano,
la taberna varada en canciones errantes,
en los juegos malditos
que llenaban tu boca y encendían los besos,
en los mástiles rotos que no tienen mañana,
en la herida de niebla que cercena los brazos
mustios de la bahía.
Solo puedo buscarte como un sueño perdido
que escucha en la mañana la voz de ese misterio
que se adueña de Abyla,
que aún me amas, me dice, en su quietud inquieta.
VI
No he podido dejar tu pensamiento, Georgia,
en el anochecer
que cubre los caminos decadentes y errantes
de nuestra juventud bella como los cantos
tiernos entre los olmos grises de la avenida,
No he podido entregarte las puertas transparentes
del Llano de las Damas,
la Piedra que se hunde con un perfil confuso
en la fotografía que muestra a quienes fuimos,
la higuera que talaron en tus alas abiertas
y en tu memoria hierve todavía,
la marquesina inerte de mi barrio
de adioses encendidos y de coplas
que no han vuelto a latir,
que esperaban los cruces de un destino abortado,
el último autobús que llora en la frontera,
cubierta de racimos,
de la canción vencida que resuena en la frente
de una inquietud cansada, de un ritmo aletargado
que aún escuchas loca,
llenando de emoción a la mujer que vaga
en un rincón preciso de una nota que grita
la palabra silente que floreció en tu pelo,
que percutió en tu rostro y murió en tus manos.
Porque vuelvo al portal de los sauces perdidos
en la caricia ausente que resiste en tu pecho,
porque tomo tu orgullo y te robo la calma,
y sonríes al sol,
llegas con el ocaso de los días azules
que atraviesan las lágrimas de las muñecas rotas,
que cantan al pasado
y me llevan al mar de una caricia abierta
para dejar tu aroma en la Peña del Toro
que abre su ventana al sueño de la orilla,
para romper la nube atravesada
en un trozo de cielo destemplado,
en un rayo de luna que vive para el Orco
y no entrega el calor al pajarillo herido
que acunaste en tu espiga y en tu blusa,
en el viento de marzo que atravesó las hojas
que perdieron el rumbo de los bancos de piedra,
la voz y los silencios
que en tu recuerdo ardían y en tu candor amabas.
VII
Quise llegar al puerto con la rosa doliente
que sintiera tu orgullo y anidase en tu mano,
desenterrar la nube que rozara tus medias,
vivir en la caricia amable de los sueños
y sentir en un claro de luna itinerante,
la fuerza de tu aliento, la voz de tu mirada.
Presiento en cada gozne la canción perseguida,
la elegancia en las calles de un poema perdido
que siente tu presencia en un libro cerrado
que no conoce a nadie.
Dibujo en la nostalgia la cruz de tu silencio,
el respirar ardiente de tu boca,
la rima mensajera de tu palabra herida,
y toco en mi locura
las cuerdas de tu aliento, la lira de tu encanto.