
Nunca sanas del todo cuando aún se ama
las heridas no terminan de cicatrizar.
Basta un recuerdo inoportuno
para que el tiempo transcurrido
haya sido en vano.
Te niegas a perder a quien te hace sentir
como nadie lo hizo.
Es una adicción,
un cóctel de emociones que te revuelve las tripas
y te transforma en una imbécil irracional
sin capacidad para la cordura.
Te vuelves una incauta
y te dejas llevar por esa humanidad
que se resiste al molde de la sensatez.
Aunque al final venza el hastío
y la inocuidad de las costumbres.
Y es que negarse a aquello que te da la vida,
a lo que nace desde el mismo centro del ser,
es un suicidio lento que mutila el alma.
Es dejarse morir en lo correcto.