acabado tu cuerpo yace en tierra.
Suculenta esa piel humedecida,
tierno positivo de copias varias.
Canta tu tez un canto de suspiro,
brillan tus manos y mi cuerpo vibra.
Es dulce dejarse penetrar
por la espada de tus roncas entrañas.
Cuando arrastras las hojas de oro seco
y cuando desesperas,
—gimiente en la noche—
arrinconando los periódicos viejos
en las silenciosas, solitarias esquinas
es bello entonces pasear bajo el cielo sin luna,
entrar en un café a punto de cerrar
y beber, somnolienta, aquella última copa.
Dedo móvil recorre sin cuidado
mapas grabados que guían aquellas
cunas, ermitaño hipócrita que
fiesta nos prepara y banquete antoja.
Nubes pasan y tormenta apacigua,
basta ya de juegos, niños llorando.
Cuando choca en los muros de la almena
y ésta tiembla.
¡Oh viento frío del invierno!
Es triste y es hermoso recibirte con la noche en la frente,
sentirte cómo vienes
¡Oh viento frío de la noche!
A morir en los brazos,
cómo bajas de las altas montañas,
cómo llegas de las lejanas, alunadas mesetas,
cómo escribes y cantas,
—viejo poeta—
y reclamas el fuego
y el amor silencioso siendo esposo de hace años,
infecundo, pero hermoso.
¡Oh frío del invierno!
Amurallado y ciudadano,
furioso toro,
te derramas por las callejas, las avenidas,
hasta estrellarte contra el mar.
Vapores de otras canciones tribales,
dedos dibujan dejando ver luz.
Salida precipitada en la noche,
movimientos felinos, pies desnudos.
Vacío de nostalgias, alejándose,
sin volver la cabeza, no hallo el sueño.
¡Oh viento frío del invierno!
Yo no recuerdo cuando fuiste locura descabellada.
Silencio, descanso, reposo final.