fueron noches largas, gran angustia
días apáticos, gran temor
siglos oscuros, persecución.
“Y un día
—abría diminutos los ojos azules—
lo veréis,
los campesinos dejarán de cultivar,
de regar la huerta,
de manejar el azadón,
de vigilar la luna,
de echar simiente,
de podar los árboles”.
“Habrán almacenado para sus familias
y defenderán el trigo.
Guardarán para sí animales de crianza.
Será entonces cuando
—sonreía con su boca desdentada—
sabréis los ciudadanos,
lo que es pasar hambre
y estar solos”.
“Iréis a los sindicatos
y no podréis comer iPod
ni móviles de Amazón
a bajo coste,
ni siquiera espejos
u otros objetos;
correréis por las calles
en busca de algo que llevar
a la boca
con vuestros patronos,
reyes y políticos”.
“Y los campesinos defenderán
su pan y sus tierras
ya improductivas.
No se os permitirá cazar,
ni utilizar el agua de los ríos,
ni comprar
—comprar especialmente—
porque ya nada estará en venta”.
El viejo apocalíptico miraba
ingenuamente
y una amplia sonrisa iluminaba
su utopía.
Gustaba plantear
—radicalmente—
su Arcadia campesina,
administrar justicia,
hablar.
Y cuando era de noche,
junto al perro,
—siempre hay un perro y una boina—
recordaba el pasado
de lucha sindical
y campos de concentración franceses.
Hasta su muerte,
bendecida y tranquila.
fervorizan, beatos, los rezos
varas enrojecen las rodillas
machetes de avellano utilizan.