En un surco de verduras
donde un río canta,
prendiendo entre sonrisas y jirones de plata
de la yerba en donde el tibio sol alumbra
la orgullosa montaña y un valle sangriento
que exprime malherido su fulgor.
Un imberbe soldado, la cabeza desnuda,
la boca entreabierta,
la nuca encharcada entre el berro azul,
duerme tendido y solo entre las flores quietas,
por debajo del cielo
pálido en su lecho verde donde llora la luz.
Duerme entre los gladiolos y sonríe sin prisas
como lo haría un niño enfermo cuando sueña;
¡Mécelo con amor, Naturaleza,
que tiene frío¡
El perfume no hace mover a su nariz.
Duerme tranquilo al sol, una mano en el pecho,
dos agujeros rojos le invaden el costado.