
La corona del ave sobre el viento,
es la sombra del río desbordado,
con el último beso que me diste
agua sobre mi espalda, la deforestación
del grito sobre el ébano,
un fuego sin color, que es como el arco iris,
depende del soplido que ejerza la marea,
equipaje de sol, de sol erosionado,
bajo aquellas estrellas que olisquean la lluvia,
y la luna abre biombos donde se hallaba el tiempo,
multitud de relojes desnudos ya de números,
y este cielo postrado ante la indiferencia,
es olvido y ruinas de no ser otro yo,
caen sobre la arena mil desiertos,
con calores y nómadas,
que nunca llegarán al paraíso.
Rayos crucificados, espejo de luciérnagas.
Cada vez más viscoso, el lodo se hace tierra,
alimento, y hogar de todos los orígenes.
Llegan al mar las voces,
mientras converso con mi alma,
una incursión fantasma, convento de la duda.
El amor se resbala por mis lágrimas,
¡corazón impaciente, humedad del destierro!
¡Me haces pensar a veces que estás ya reservado!
Las aguas vuelven a su cauce.
Los pájaros del bosque se posan en las ramas,
el ruido de las hojas muere,
duermen en la memoria,
también en el silencio,
donde nace otro bosque, sin palabras.
Solamente con manos y caricias.