Haré una abertura en el tiempo
para que se desaten las horas;
para que te nazcan espacios,
coloreados, como en los cuentos.
Abonaré el minutero para que crezca
y prenderé en una cuerda muy larga,
con pinzas, momentos que sean hermosos
donde no sobren, jamás, despedidas.
y apretaré mis puños cuando duerma.
Somnoliento aún, con la cafetera en la mano, observó de nuevo la pared. No podía ser, la grieta era ahora cuatro veces más grande. Un leve temblor en la mano hizo que el café, recién hecho, se derramara por su brazo, y saltó hacia atrás, dando un alarido.
Con cautela, fue acercándose a la pared. Inspeccionó el ojo negro: le sorprendió no encontrar rastros de polvo ni de ningún otro material de construcción que hubiesen caído al suelo. La hendidura era limpia, casi parecía cuidada, los bordes en forma de sierra, le recordaron los trazos simplificados de los dibujos animados. Aquello era tan inusual, que casi le hacía gracia, aunque bajo su conciencia sentía un ligero peso de incomodidad.
La habitación contigua era una pequeña despensa en la que guardaba un botellero y frutos secos. Calculó la altura a la que debía encontrarse la grieta, pero no descubrió indicio alguno de que hubiera llegado hasta allí. Con los nudillos golpeó varias veces la pared sobre la zona imaginaria, ampliando el campo de círculos, de dentro hacia fuera. El sonido llegaba igual, opaco, en todos los puntos.
Era necesario avisar a un albañil lo antes posible. Se lamentó no haber estado más atento de los detalles técnicos cuando compró la casa, hacia un año, gracias a la indemnización del accidente de tráfico en el que estuvo a punto de perder una pierna.
Un último vistazo a la grieta le desencajó el rostro, lo primero que pensó es que la fiebre del virus le había vuelto loco, al observar que su tamaño había aumentado al menos cuatro veces más.
Introdujo el brazo para comprobar la profundidad, pero su mano no encontró superficie alguna en el fondo. Metió la cabeza, la oscuridad lo envolvió. Dedujo que el boquete comunicaba, ya sin duda, con la despensa, y se dio cuenta de que era lo bastante grande para pasar. Deslizó primero la pierna derecha, sujetándose con las manos en los bordes, luego la izquierda, la coja, despacio, y se dejó caer, pero sus pies no encontraron el suelo de la habitación contigua.
Un grito de terror se perdió en el vacío.
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Dedicado a Roger Nelson, ElPrior, el personaje más bruto, desenfadado y provocador del convento.
Me proteges, me escuchas, me críticas, me odias, me tapas, me idolatras, me acusas, me hablas, creo que me quieres.
Tus palabras me dañan, tus acusaciones son falsas, tu idolatría absurda, tu odio inútil, tu protección infantil. Por todo eso, Rebeca, creo que yo también te quiero. A ti y a todo lo que respira en el reino. Soy así.
Mientras terminaban de colocarle la armadura, pensaba en el asalto: sería sencillo; llegarían por sorpresa, seguramente sin baja alguna entre los suyos. Se dirigió hacia el patio de armas, donde los hombres estaban preparados, esperándole. La greba en su pierna izquierda producía un característico sonido metálico a su paso renqueante. Era el resultado de una grave lanzada en su bajo vientre que llegó hasta el músculo del muslo, durante las cruzadas. El palafrenero trajo su caballo, se ajustó los guanteletes y montó con agilidad.
Partieron a su señal, atravesando el puente levadizo, fantasmales, entre los jirones de niebla que cubrían la cárcava.
Elevó la mirada hacia la torre, sabiendo que estaría allí, y admiró una vez más la blancura de su piel que contrastaba con el cielo gris. Enfadado por su propia incompetencia en la cama, espoleó con furia al caballo. Durante la cabalgada, nítidas sensaciones volvían a su mente, la dorada luz del fuego del hogar, el sabor del vino, la suavidad de las pieles que cubrían el piso, el olor de su cuerpo de nieve, dulce y salvaje a la vez, su mirada comprensiva, el sonido del clavicémbalo, aquel artilugio que tanto le había costado traer para complacerla…
No tuvo valor para decirle que iba en busca de su hermano, el conspirador, el traidor que sería despojado del territorio y la vida en aquella campaña. Entraron sin problema en la casona, dejando atrás el cuerpo ensangrentado del portero. Cuando la confusión y la resistencia de criados y escuderos se hicieron patente, los hombres del bosque ya estaban allí.
Sentado, frente al cuñado muerto, su sombrío rostro delataba la violencia de la situación; imaginaba el dolor de Rebeca cuando al regreso se viera obligado a presentarle el cadáver.
Se levantó, buscando un aposento donde descansar. Un pasillo que torcía en ángulo recto llamó su atención, en él descubrió una ancha grieta que atravesaba el muro lateral.
Se acercó curioso y metió la cabeza. Creyó ver un destello al fondo y se dio cuenta de que el boquete era lo bastante grande para pasar. Deslizó primero la pierna derecha, sujetándose con las manos en los bordes, luego la izquierda, la coja, despacio, y se dejó caer. Pero sus pies no encontraron el suelo de la sala contigua.
Un grito de terror se perdió en el vacío.
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Dedicado a Armilo Broton, el personaje más complejo del convento. El que protege el sentido de la poesía con su filosofía de vida.
Las lascas saltaban en todas direcciones bajo la mano que labraba la roca volcánica con habilidad. Acabó de darle los últimos retoques y la observó con entusiasmo.
Estaba orgulloso de su obra. Gracias a la nueva piedra descubierta en el barranco, había conseguido la mejor hacha de mano de toda la tribu.
Se encaminó hacia la aldea deprisa, con su trotecillo desigual, donde la hoguera resplandecía a orillas del lago. Aquella era una noche de celebración; los hombres habían arrebatado los restos de un mamut lanudo a una manada de hienas. Significaba alimento para varios días y algo que dibujar en las paredes de la cueva.
Reunió a los hombres y les mostró la nueva herramienta, que fue pasando de mano en mano con gestos de aprobación. Colocó ante sí un hueso, en el que descargó, con el hacha, un fuerte golpe longitudinal. Se inclinaron ávidos, para coger el alimento con las manos y algunos sorbían directamente de la caña.
Saciado y feliz, estuvo danzando alrededor del fuego todo el tiempo que su pierna muerta le fue favorable. El zarpazo de un tigre fue la causa de que no pudiera cazar, pero ello le permitió convertirse en el mejor artesano de la piedra. Tan respetado como el propio brujo, claro que este último no sabía contar buenas historias.
Al amanecer salió hacia el barranco en busca de aquellas nuevas piedras. Le llevaría dos soles de camino, rodeando la zona sagrada, el cono humeante que escupía fuego.
Penetró en la garganta de paredes lívidas. Sentía un vago temor, bajo el cielo cargado de nubes, ante aquel paisaje desolado donde sus pisadas se perdían en infinitas variaciones de ecos. Por fin divisó el yacimiento.
Absorto en su búsqueda, agachado sobre las piedras, no percibió su presencia hasta que la enorme sombra lo cubrió. Cuando se dio la vuelta, tuvo el tiempo justo para contemplar de cerca al más temido carnívoro, antes de lanzarse a correr enloquecido. Una mole de seis metros de altura erguida sobre las patas traseras, avanzaba implacable. El lagarto bramaba enfurecido tras su presa, mostrando un par de hileras de dientes babeantes.
En la carrera, divisó una grieta en un lateral de la garganta rocosa. Desesperado, se abalanzó hacia allí calculando que sería lo bastante grande para pasar.
Deslizó primero la pierna derecha, sujetándose con las manos en los bordes, luego la izquierda, pero la torpeza de la cojera, le hizo perder los segundos suficientes para sentir cómo su espalda crujía bajo las mandíbulas de la bestia.
Un grito de terror resonó en el barranco.
Siglos más tarde, un descendiente de este Cro-Magnon no sabría explicar su necesidad de escribir en las paredes de su casa:
La poesía es nuestro secreto.
Dudo de palabras y versos.
De imágenes creadas
huyo como del demonio.
Creo en el sexo y en el silencio.
Y la poesía es nuestro secreto.
La congoja invade la pared.
¿Es ese el secreto de la grieta?
Déjame descansar mi cabeza,
ser un Dios y crear
la música y el desnudo
final
bajo tierra.
……..................................
una caja de libros sin desembalar.
“Libros de misterio” ponía en un lateral.
La caja estaba abierta,
no pudo reprimirse,
levantó la tapa y miró dentro.
La caja misteriosa sorbió,
les absorbió,
se los tragó
y volvió a cerrarse.
Buen provecho,
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Dedicado a ElPerro, el ser más dulce del lugar, amigo de sus amigos y amante del jamón ibérico.
Sus ojos tienen el sabor de la madera vieja, son ásperos pero con una profundidad especial, que a veces, solo a veces, dan vértigo. Se acerca a mí, temo que su intención sea regañarme por la desaparición del Corumelo.
Cada vez está más cerca, no, no le tocaré, se puede asustar. Le han mostrado cariño tan pocas veces que su piel tiene el olor de lo incorruptible. Le huelo y al hacerlo descubro sabores nuevos. Su cabeza huele, sabe a campo sin barreras. Su cuerpo sabe, huele a calle, acaba de llegar de ella.
Me está mirando y sé que quiere decirme algo. Me apetece observar el efecto de su lenguaje en mis oídos. ¿Qué me recuerda? Ya lo sé. Los sonidos son como esas bebidas que dulces al principio dejan al tragarlas un raro sabor amargo. Un regusto a sangre.
Es un buen perro lobo y hoy está triste. Yo lo escucho con amor en mis ojos:
“No me gusta que se rían de mi trabajo, Ana, yo hago lo que hago por comer, como todo el mundo, y las risas de mis clientes son peligrosas para mi salud.
Ya te he contado otras veces que hay varios tipos de muertos, unos ponen una estúpida cara de sorpresa con los ojos muy abiertos y vidriosos, boquean como un pez. Otros, sin embargo, y estos son los mejores, se mueren y punto, sin ruidos, sin muecas raras, y luego está el tercer grupo que son como calaveras agonizantes con una morbosa sonrisa.
No tendría mayor peligro si no fuera porque este tipo de muertos son los que más se han reído durante su vida, y la risa endurece la carne y sobre todo endulza y espesa la sangre. Y para colmo, todavía cree la gente que los lobos vampiros no sufrimos de diabetes”.
Más de lo mismo, amigo mío, yo te escucho y siempre sé lo que quieres. ¿Nos emborrachamos juntos? Después podemos escribir sobre aquella poesía, que viene y va como un abandonado péndulo de reloj de pared, agazapado en la niebla.
Mañana será otro día y te mostraré la caja de los misterios.
