Siempre hay buenas razones. La inmortalidad ahoga el vino en lágrimas, consterna los autos, discute apelaciones ante el silencio de los durmientes.
Las leyes del efecto requisan las causas y hospedan inocencia en el viejo desván.
Sigue siendo injusto el suplicatorio que vive para querellarse contra el beso.
Justicia, Justicia, podría ser una pizca de igualdad en la flagelación, un nervio opresor que salva idilios, que bebe con locura del barril donde ha quedado la papila agria soñando la dulzura del mejor año.
Justa yo, justos todos, justicia tendida sobre el césped en la ciudad densa y cautelar.
¿Ha llovido suficiente en las afueras de tu boca? ¿Has sido buen humano cuando el aire golpeaba con astucia los olmos de la ventana?
¿Quién puede obviar el lóbrego sigilo del tiempo si nombra tu voz y la mía afines y diáfanas?
Siempre hay buenas razones en el transcurrir de los péndulos, en la ceguera del concepto, en la balanza que no condena tus horas muertas.
Nota: acabo de hacer un cambio en la tercera línea. Me parece que se ajusta mejor a lo que deseo transmitir.
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