Porque ayer permití que te largases,
hoy hasta la hojarasca son árboles con cara
de cobarde.
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Ya mordí la ceniza de mis muertos,
por hallar otro modo de ignorar que mi amor sigue vivo,
y que nunca se pudre.
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No te imaginas cuánto se me impide
llorar este destierro.
Lágrimas de pega...
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De jugar con la luna uno siempre se cansa,
de contar a los cuatro vientos
esta historia, y que vuelvan, todos ellos en blanco.
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Qué color he guardado en las pupilas,
que esta guerra termina en un espejo,
que se me gira el rostro y la mirada,
-Vida cóncava...-
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Resulta inevitable la visión del futuro,
porque el tiempo parece un laberinto,
donde calcular orden de prioridades.
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Me derrite entregarte alguna flor
seca,
como un último adiós que nunca llega,
tu calor es lo único que quiero.
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No enturbio lo que siento, lo maduro.
En esta realidad no va nadie al infierno.
Y el Edén está lleno de malditos
-Malditos son los cielos sin tu piel-.
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La memoria del alma me pasa por encima,
nunca olvida, y me tiene más calado
que el recuerdo. Te vivo en el presente,
como si tú también sintieras algo,
y ese algo no fuese un ojalá.
