Dios la tenga en sus brazos.
que empezó a dolerme el olvido
de algún amanecer.
Y entre tus manos, removiendo arenas,
fue que se cocinó mi mar.
Que ya no puedo empezar de nuevo un lunes,
TamuKi, que ya me sobra el remedio,
¿qué razón hay para estar pasando frío?
Llegaste transformando mi sueño
en cruel olvido, el incómodo labio.
Yo te hablaba, cada día, para irme contigo
despreciando mi alma,
con doce años de buena,
cuando, abusado, mi cuerpo
eran las grietas del cuarto que ya buscaba mi mal.
Que la puerta se abría, madre
madrecita, al amanecer de mi llanto,
que lloraba impotente
con labios de rosa.
¿Recuerdas TamuKi?
Por ti pude resistir tanto dolor.
¡Vamos! No espera ninguna noche.
Es raro escapar
de donde no me hallo, en busca de las olas,
como una adolescente en su primera travesura,
de viento fresco en el verano,
sin existencia ya.
Llévame al mar.
Atraviesan mis manos que sudaban,
ay madre, madrecita,
los medicamentos que nunca debí tomar:
porque si tengo que morir a este mundo
quiero ser consciente del tránsito,
llorar sin ninguna ley que me detenga.
Canté y bailé bajo la luna,
llena de duendes que me miraban con tus ojos
madre;
en algún momento grité
a la espuma que nunca conocí,
desesperada
llorando de locura.
Oh, pájaro TamuKi,
háblame tú del fuego que me consume
y me hace bella en la despedida.
¡Yo también quiero la hechura
de las rosas que muerden el hospital
de las estrellas!
Tráeme el veneno noche,
el venero de la muerte,
una gota de sangre
tú,
mi único compañero seguro.
Ya es tarde para nuestro amor,
no para dormir,
tengo sueño, mucho sueño...
Aúpa, la decisión, al caballo
que vuela desesperanzas;
me siento plena de gozo,
dueña nuevamente de mi destino.
—El pájaro me toma entre sus plumas,
en la última embestida,
su veneno me adormece.
Te dejo estas palabras, Armilo,
bajo la roca que nos valió de refugio y de altar,
cuna de muchas plazas y primaveras.
Liturgia
de este barco a la deriva, tus manos
en demasía me ataron aquí, pero estaba muerta.
TamuKi, hermoso compañero,
por fin me sonríes dulcemente
fuera de ese hospital miserable.
Llévame al mar,
al acantilado que siempre
fue nuestro destino.
Él me habla:
"Ah-uh nayah oh-wa oh-wa".
Abraza mi cuerpo, me duermo,
como nunca lo hizo ningún hombre.
Adiós TamuKi,
pájaro de mi esperanza.
Armilo Brotón