sobran los dioses
—tú y tus lemas—
¿y ahora qué, Alvaro?
Ahora que nadie puede
abrir tu visón
y pagar por tu polla seca,
dime ¿cómo vas a pagar
la última raya de la noche!
Alvarito pensaba que el sexo
y el barro eran la clave para estar bella
le gritaba a la noche:
El que sepa follar que me salude,
los demás, ni varíen su trayecto.
Harta estoy de encontrar camas de alambre.
Quien ama, otorga y quien otorga, pierde.
Sus poemas en un bolso de Desigual,
un gigante que puede llegar, esta noche,
a besar la eternidad de Dios
soltaba lemas a la belleza eficaz
—eso decía de mi—:
Tu belleza se alza
sobre tanta doctrina iluminada,
culebras parlanchinas,
hermetismos,
metafísicas,
gritos,
aplausos,
veneraciones,
santos, santos, santos,
alza sus velos tu belleza.
Una nebulosa de color carne
parece sonreírte desde bambalinas.
Le conocí en aquella esquina
donde su cuerpo reposa,
decúbito supino
y su rubia peluca,
en el suelo.
Había atravesado una bala su corazón.
Se llamaba Álvaro.
Olvidaste en qué lugar
están enterrados
tus muertos.
Y ahora tengo que ser capaz
de cantar en tu entierro
(me pedías cosas así)
El lado más bestia de la vida.
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