
distraerte de la fe en lo catastrófico,
desplegar la poesía, desdoblarla,
hasta que se convierte en un papel con fisuras, en las que incluso caben nuestros labios.
Espacios rodeando la luz de sus arrugas,
cuando al paso del tiempo se arrodilla.
Los reflejos del hombre en tu agonía,
mi concepción del cosmos, lastimoso rumor de celosías,
avivando y matando al viento, ya sin curvas ni vocales.
En un libro sin letras te leí
-mientras se iba quemando el escritorio,
mientras lo surreal de lo que escribo,
responde a mis estímulos abstractos, al tacto, al chapoteo en la bañera.-.
He sido tu armonía en grandes dosis,
sin embargo la tinta derramada se colmó por sí misma.
Y tanto en el tintero, como fuera de él,
este poema, al igual que el mundo, es un pañuelo.