El poeta canario Arturo Maccanti murió el pasado mes de septiembre, me llevó hasta él una pequeña reseña en un periódico en la que se indicaba que había estado en la estela de Pavese, leí el artículo, busqué algunos datos y poemas en la Red y la impresión que tuve no pudo ser más turbadora. Siempre he pensado, algún día daré la razón, sí es que la hay y no es meramente un sortilegio cabalístico, que a partir de cinco poemas antológicos alguien debe ser considerado un gran poeta, la poesía es así de exigente, ni siquiera tiene piedad con los consagrados, de Arturo Maccanti apenas he podido leer unos doce, no está muy representado en las páginas literarias de Internet, y, para mí, ya cumple ese requisito. Os ofrezco el que me ha parecido mejor de todos. Hijo de italiano y de portuguesa, dedicó mucha atención a los países de sus progenitores, a su madre le dedicó estas palabras que estremecen, de entre todas las flores sembradas a lo largo del poema, estas no son las más bellas, pero sí las que más emocionan, sencillas como son, pero con un mensaje profundo tan reconocible y diáfano para nuestras entrañas.
sin saber dónde, sin saber por qué.
Ahora soy viejo
y estoy perdido entre las sombras,
enredado en el tiempo y en la muerte,
como tú, madre mía...
En Arturo Maccanti he encontrado una sensibilidad y una expresión extraordinarias, hoy lo hemos dejado solo con la muerte, a la que, seguro, le seguirá recitando su aislamiento de isla, su pesar por los acontecimientos amargos de la vida, su búsqueda de amor en cada recuerdo y le hablará, a través de la Poesía, de su deseo vehemente de eternidad .
Si alguna vez fui príncipe
de la luz fue en tu reino...
Me coronaste con tu risa
en la tibia arboleda de tus brazos.
Hiciste para mí rosa la rosa,
pájaro el pájaro y cetro la alegría.
Agotaste los ojos mirándome dormir.
Por esto acaso fueron tan hermosos mis sueños.
A manos llenas me trajiste el mar,
ya para siempre compañero mío.
Fue mi primer paisaje el color de tu falda
y tu voz la primera canción de mi existencia.
La huella de mi pie cupo en la tuya.
Tú eras la dicha y yo te perseguía
con mi pequeño corazón de niño
por las orillas de los mares.
Durante mi reinado
el sol nunca se puso
y el mundo estuvo acorde.
... y un día te perdí sin saber cómo,
sin saber dónde, sin saber por qué.
Luego fui destronado.
Me golpeó el dolor con guantelete
de acero en pleno rostro.
Fui conducido al mundo, encadenado,
humillado y cegado, hambriento y mudo,
en la anónima noria de la vida.
No se me ahorró miseria ni desdicha.
Me encontré solo y escribí poemas.
Abdiqué de la luz.
Ahora soy viejo
y estoy perdido entre las sombras,
enredado en el tiempo y en la muerte,
como tú, madre mía...
La calle, estrecha y húmeda
la ocupan estos trastos:
un sofá roto y una vieja lámpara,
la nevera oxidada y dos colchones
que alguien ha apoyado en la pared.
Es todo cuanto queda de un desahucio.
Son restos del futuro.
A menudo se ven por estas calles,
y sin embargo hoy piensa que, quizá,
son restos de sí mismo lo que ha visto.
Entonces vuelve la cabeza: un gato,
encaramado en el sofá, le mira
como ella antaño con sus ojos verdes.
Poema para un friso
Era un dibujo en un papel tan fino
que se lo llevó el viento.
Desde la alta ventana hasta muy lejos,
calles, el mar, el tiempo
que nunca volveré a recuperar.
Lo he buscado en las playas, en invierno,
cuando más pena dan los dibujos perdidos.
Por todos los caminos de los vientos.
Era el dibujo a lápiz de una chica.
Dios, cómo lo he buscado.
En la ciudad
Te descubro, Guerea, en la mañana
fría,
apenas despojada de la costra
ligera de la niebla
que el sol naciente engulle.
Como en aquella infancia el pájaro
que vi intentando remontar el vuelo
y se quedó en la tierra malherido.
Plena de gracia
“Me dejará la luz
—del día, no del alba—
con pájaros de hondo,
definitivo canto.
Se cerrará el balcón
alto sobre la acacia,
la hierba y el geranio,
la ruidosa campana
vasta sobre la noche.
Te dejaré, Guerea,
ciudad del alma, un día”.