Brel hubiera sido un gran poeta si sus letras nos hubieran llegado a través del papel, sin duda tenía sensibilidad y recursos para que se le recordara simplemente como poeta. Pero el arte ya no puede ser entendido como pabellones estancos de disciplinas separadas que no pueden inmiscuirse unas en otras e, incluso, en algunos casos invadirse, así podemos encontrarnos con cierta frecuencia que en algunas de las obras más celebradas de nuestros días el invitado le roba el protagonismo al anfitrión. Creo que los grandes artistas de la Historia han procedido así, pero siempre dando una preeminencia considerable a la disciplina elegida para expresarse. De alguna manera el collage multicultural y comunicativo que vamos construyendo, no demasiado bien, y nuestra realidad desorientada han hecho que lo que ha sido facultativo para mantener viva la evolución en el arte ahora es necesario para que el arte no muera.
Brel era un genio único y transgresor dentro del monumento inmenso y perdurable de la Chanson, esa muchacha sensual de una tristeza embriagadora y atrayente que pertenece a todos los corazones sensibles. Poetas como Brel hay pocos, pero los hay, músicos hay más y encuentra a quienes le superen, lo que convierte a Brel en un ser de otro mundo es la interpretación; se sirvió para ello de otras disciplinas, a las mencionadas anteriormente debemos añadir el teatro, el drama de estar vivo en el que no olvidaba que había que dejar un lugar para la sonrisa aunque fuera para representar realidades amargas con métodos de enseñanza rigurosos y poco didácticos, pero todos hemos tenido en nuestra vida una rosa que nos clavaba otras espinas.