oteando el infinito,
un cigarrillo humeante
y de su garganta el cante
cual si el cante fuera grito.
Con manos encallecidas
y rostro por surco hendido,
parece tener cien vidas
y mil miradas curtidas
por el infierno vivido.
Siamés de las herramientas,
no se aparta del arado.
"O caminas o revientas"
y son sus manos sirvientas
del estiércol del sembrado.
Bebe el agua con desgana
donde abrevara el ganado
y ve nacer la mañana
agotado en la besana
sin probar ningún bocado.
Me duele el sol que se emperra
sobre la finca gigante
y esos surcos donde entierra
su orgullo y hacha de guerra
junto a su cuerpo y su cante.