Tertuliano
aprestaos y escuchadme:
nuevas os traigo, no digo
si terribles o admirables.
Hijo del Tibur, Tiburcio,
honor del Lacio el más grande,
Cristo pasó por el mundo
y desde este mundo al Padre.
Tribuno que fue gallardo
de los cuerpos imperiales,
misericordia es a muchos
cuerpos de los santos mártires.
Agua del Tíber regó
sus laureles bautismales
que tramaron pan y vino
para los más miserables.
Orden del emperador,
lo llevaron a la cárcel
y los cerrojos se postran,
ya delicados estambres;
las piedras fueron mullidas
almohadas minerales;
liras, las rejas en manos
de fantásticos arcángeles.
Varas de almendro le fueron,
tan rudas como suaves,
primaveras a su espalda
en florecidos rosales.
Su barba danzaba en negros
caracoles con la sangre,
negro mar entre sus rizos,
roja barba de corales.
Y blanda dudó caricia,
duro el bronce de su carne,
su espada, su compañera,
entre herirle o afeitarle.
Y al filo de la mañana,
gallos de metal cortantes,
un sol fecundó la tierra
mientras otro el cielo invade.
Y los arcos de triunfo,
eternas bocas del aire,
a una voz cantaron himnos,
temblor del foro y las calles.
Senado y pueblo de Roma,
aprestaos al combate,
que esta muerte será humilde
signo de Iglesia triunfante.