
Dedicarle un poema a mi osadía,
sin haber pecado en mis palabras,
arrancarme el gigante de mis uñas
-esa misma entelequia
que me mueve a su antojo.-
No veo casi nunca lágrimas en mis ojos
-ni tampoco disculpas o perdón
entre el humo que muere
de color ocre en todos los tabiques.-
Solo acudo a tu nombre cuando en mi pensamiento
se enreda la verdad. Y es que no puedo verte en otro sitio que no sean mis lagunas
-Yo compruebo el estado del espejo
siempre que duermo encima de las sábanas.-.
Aún puede que te ame o te pretenda.
Esto que se apodera de mí no es el pasado
-Si pudieras amar como yo amo,
me saldría otra piel para sudarte.-.