y otra vivir con la muerte
para no quererla ver.
(Emilio Prados - Soledad)
Ahora sé qué los árboles de la Quinta Avenida se arrodillan ante tus piernas, qué las mariposas se encaprichan del silencio de tu pluma ahogada en la resaca del fracaso, qué Nueva York es un sueño que nunca duerme, que nunca abre sus venas a los perdidos, te llamaré cuando la luna recoja los latidos de las farolas que suspiran por ti.
Te llamará el lamento de los tordos oscuros
que muerden el ocaso triste de la frontera
y extienden sus cortinas,
nublando el cementerio pálido de los montes,
cuando ya no me quieras
y olvides la esperanza que siempre te ha llamado.
Te asaltarán las lágrimas vencidas de la alcoba,
de los retratos graves y las sordas esquinas
de los muelles brumosos que vieron tus adioses
y guardan tu figura en los embarcaderos.
Dormirá en los escombros de los Palos siniestros
una promesa verde,
guardada en un pañuelo, con los ojos velados,
que surca la mezquita recostada en la luna
que hiere los Rosales temblorosos
y no mira la infancia que retoza en los charcos,
en el arroyo turbio,
duerme en la madriguera de los muros
en la cárcel que eleva una plegaria
que atraviesa los llantos de las nubes
y vibra en los escombros que surcan tu tejado,
desatan tus quimeras,
cantan en las ventanas cerradas de las sombras,
ajustan tu jersey en la rasgos de un lunes
y escuchan el rumor que agoniza en las cañas.
Te buscará la huella
que cruza la palabra que tuviste en las manos
y se adueña del aire
que muere en el destino de los pobres
y no pierde su aurora como un jardín sombrío
que espera un claro día
en el patio sagrado de una ninfa afligida
con la toga exiliada en los labios sangrantes
de un canto de Cavafis.
Veo pasar el vals que perdió sus anhelos
en tu falda teñida de lúbrica azucena
y mortifica el viento, la marca de mi olvido,
despierta en tu mirada,
en tu sonrisa fresca, intacta y dolorida
que no vuelve a la escuela rodeada de sauces,
de clavos en las manos y espinas en la frente,
en la cuesta del Morro que mantiene el aliento
de los cines tardíos que conservan tu aroma
y alumbran tu linterna
en los escaparates, en las rosas tempranas
que avivan los portales claros que conocimos.
las calles de Hadú
que lloran tu alegría.
Te llamará el lamento de los tordos oscuros,
la tristeza que quiebra la luz de tu cintura
en un mito que canta en un lúgubre valle
donde vagan penando
los árboles de piedra que guardan tu secreto
en versos olvidados que perdieron las ramas
donde añoran los ojos
un amor que no encuentra el requiebro ni el ritmo
de la copla que gime
por la noche que muere en la noche profunda
ni el mar de los espejos que siempre te aguardaba
y en tu memoria siente la herida de la luna,
el soplo de la vida que apaga tus cristales
y no vuelve a latir...