
Si los árboles nievan tus caderas
en el suelo litúrgico del parque,
donde un beso es lo acústico del agua,
yo produzco tu sombra y la persigo
como un muro parido por el hombre.
Porque en el malecón las olas son insípidas,
con espuma en hileras aleatorias
como el tapete oculto de tus órganos.
Yo me hiero en el rostro,
me recorto las venas,
cada vez más angostas y repletas
del latido implosivo de tu pecho.
No cuento las estrellas,
creo constelaciones en tu ombligo.
Acaricio tus manos
y recojo el olvido,
susurro en tus oídos,
memorizo tu vientre,
y me nazco de ti.