Malak sonríe. Sus ojos no odian. Su sonrisa no odia.
Sus siete años de sonrisas no odian.
Sonríe y mueve sus manos y lo cuenta como un cuento:
"mi profesora nunca me puso triste. Tenía muchos amigos.
Ya no queda nadie".
Malak convierte en una sonrisa un campo de refugiados y
balancea sus sueños con un lazo verde sobre el pelo.
-Sólo me puse una vez la ropa de la maleta, pero cayó al mar-,
y sus ojos siguen sin odiar cuando lo dice.
Cuenta que a veces tenía mucho miedo y mucho frío,
y lo cuenta como si fuera un cuento mientras sube la montaña:
Alicia en el refugio de las maravillas.
Se cuela Ayham: "siempre tenemos miedo.
Siempre ha habido guerra donde vivíamos".
Pero Malak sigue sonriendo, y abraza la esperanza
como si fuera su madre.
Y una piensa cuando la mira, cuando
la ve balancearse sobre el columpio y
agarrarse fuerte a esas cadenas para coger
impulso, como si empujara a Siria hacia adelante:
el mundo estará en buenas manos.
Antonia Mauro