Una experiencia de madre y otra de padre, cap. 16"La deriva"
Moderador: Hallie Hernández Alfaro
- Ramón Carballal
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Una experiencia de madre y otra de padre, cap. 16"La deriva"
Gabriel duda si lo pasa peor en una iglesia o en un hospital. Es cierto que en una iglesia no esta obligado a entrar, en cambio en un hospital se suele ingresar por necesidad, en una iglesia puede salir en cualquier momento, aunque sea en mitad de una misa, en el hospital ha de esperar el alta, de las iglesias puede librarse, basta con no acudir, pero de los hospitales no, está en juego su salud o la de alguien querido. Así que para Gabriel hay al menos una diferencia evidente entre una iglesia y un hospital, esa diferencia radica en el poder de decisión, en tus relaciones con la primera eres libre de decidir el modo y la forma, en tus relaciones con el segundo eres un simple paciente, es decir, el que espera que otros(médicos)decidan lo que hacer contigo. La distinción es sustancial porque esa situación de sujeto pasivo puede afectar gravemente al estado de ánimo si lo que valoramos por encima de todo es nuestra libertad. No es de extrañar, entonces, que a ciertas personas, especialmente necesitadas de espacios abiertos y libres, les produzca una sensación carcelaria la atmósfera aséptica de un hospital, y añadan a la dolencia física que ha motivado su ingreso, una dosis mayor o menor de melancolía, angustia o simple incomodidad mal llevada. Gabriel, para su desgracia, es de estos últimos. En esta ocasión no tiene que preocuparse de su propio dolor, algo que sería preferible si aquel fuera tolerable, ya que concentraría su atención y le alejaría de divagaciones inútiles y gratuitas. Esta vez tiene que preocuparse del dolor de su hijo, la duda conceptual que se planteó al principio desaparece: lo pasara mucho peor en el hospital. Dos horas de penuria, ese es el lapso de tiempo que va a transcurrir entre la llegada y la intervención. El tiempo, en estas circunstancias, se interioriza. Dos horas no son dos horas, son la eternidad. Los sentidos se embotan y la mente no rige como debiera,¿cómo se enfrenta un problema de este tipo? hay quién reacciona mejor y quien reacciona peor ante estas situaciones que podríamos llamar “límite”. Ni Gabriel ni Laura son ejemplos de encomiable serenidad, Laura se olvida del niño y se ocupa, con nerviosa actitud, de ordenar el entorno, vamos, que la toma con los médicos, las enfermeras y cualquiera que se ponga por delante, Gabriel se concentra en el niño y no ve más allá, parece autista, si los dos fueran uno se complementarían a la perfección , pero no es así, cada cual es esclavo de sus carencias y eso no les ayuda, la naturaleza impone unas reglas en completo desacuerdo con lo que seria procedente, afortunadamente para ellos dependen de profesionales que conocen bien su trabajo y están acostumbrados a tratar estos casos como es debido. El cirujano, en particular, es un hombre con experiencia, un buen médico, por eso el resultado de la operación quirúrgica ha sido el deseable. A las dos en punto se les avisa para que bajen a quirófano. Entre madres a punto de parir o recién paridas, Gabi parece un fenómeno extraño, fruto de una extraterrestre que triplicara en tamaño a la hembra media de nuestro planeta, un bebé enorme que por alguna descompensación- instrumental no adecuado a su tamaño-padeciera las consecuencias de un mal nacimiento y sufriera más que un neonato terrícola la brutal adaptación a nuestro medio. A Gabi se le nota que siente mucho dolor, señala con su dedo el apósito bajo el cual se esconde una herida abierta y suturada que aún no conoce, y si somos consecuentes con lo anterior ,podríamos decir que su dolor se triplica , sea porque la anestesia la ponen tan ajustada que la convierte en ineficaz en lo que a su fin principal se refiere o porque, automatizados por el triple quilo, le han suministrado una medida de sedantes inadecuada para su peso. El caso es que los efectos narcóticos desparecen como si fueran efluvios volátiles nada más cruzar las puertas batientes de la sala de operaciones. Gabi está asustado, como todos los niños que no entienden lo que les pasa. No tanto como los recién nacidos, claro está, pero es que, además, está confundido y resentido porque sus padres le dijeron que no se iba a enterar, que seria como cuando le pusieron la inyección, un pinchacito, el beso de un mosquito, él que iba tan contento, diciéndole a Gabriel, vuelvo ahora papá, y a Laura, dame un beso, mamá. Tan ingenuo que no notó el extremo cariño de sus padres ni su comportamiento inusual, ni nada que le pusiera en alerta, un corderito inocente que va a ser restaurado como si fuera un muñeco de trapo en manos de Gepetto, y bien pensado, el cirujano tiene un parecido más que ligero con el bondadoso anciano que fabricó al niño de madera, el pelo completamente blanco se le encrespa en un flequillo falso de cabellos ralos, débiles, que han perdido compañía y se asientan sobre oasis enfermos que producen parches de calvicie creciente, la nariz chata, redonda , los anteojos metálicos, circulares, clavados en el puente del apéndice nasal, las patillas dieciochescas de los lentes que hay que ajustar con los dedos al contorno de las orejas. Son gafas de tipógrafo o de luthier, sus labios son finos y su voz es suave, aterciopelada, incapaz de asustar a un niño, su figura es corpulenta y por las muchas horas de quirófano algo cargada de espaldas. Tiene la apariencia del abuelo de Heidi, que debía ser primo hermano de Gepetto, solo que sin gafas. Con alguien así nada puede salir mal, con la sombra de estos dos árboles centenarios proyectada sobre la cama en la que ahora reposa Gabi el sol ardiente del mal tiene que dejar de quemar. Son dos ángeles robustos que velan su sueño, dos pastores que le devuelven al redil, a su pesebre secreto donde le esperan sus padres, aliviados porque el drama solo les ha rozado dejándoles, únicamente, su tarjeta de visita. Les ha anunciado la obra pero no la ha representado y eso es como ver la tormenta desde la ventana o el huracán destructor desde la comodidad de la butaca de un cine. Ya pueden expulsar el aire que han retenido en los pulmones, expeler el miedo, aposentarse como José-pobre Gabriel- y María a cada lado de su niño, que ha vuelto a nacer con la epifanía de las enfermeras y la santísima trinidad del cirujano que ha hecho de rey mago obrando el milagro, y en esta habitación, especie de portal de Belén, dejarán que pasen los días del postoperatorio, adorando a su criatura, su único hijo que se ha librado de esta agresión traicionera que quería perforarle los intestinos. Duerme con la decadente claridad de la tarde cerrándole amorosamente los párpados, con el respirar cadencioso de un organismo agotado y el rictus victorioso de una felicidad recobrada, es el vencedor que se repone de la lucha, el torero que exhibe el trofeo de su apéndice, con el brazo en alto, sin tendido que le aclame.
Gabriel, que lo mira con ternura, no sabia donde se metía cuando pensó en tener un niño. Se lo propuso a Laura y ésta, como si lo estuviera esperando, se adelantó a decirle si, si y si, aún antes de que acabara la frase declaratoria. Enseguida se quedó embarazada, la gestación transcurrió sin problemas, casi agotó los nueve meses de rigor, justo el día anterior a salir de cuentas iban a ir a cenar al asador argentino que estaba próximo a su casa. No fue posible, a Laura le llegaron las contracciones que anunciaban la buena nueva, ingresó en el materno a las seis de la tarde, esperó pacientemente tres horas con el gotero a cuestas y las visitas periódicas de la comadrona y el ginecólogo, a las nueve estaba a punto, la llevaron a quirófano donde le pusieron la epidural, veinte minutos después nacía Gabi. Su padre, entretanto, se había quedado en la habitación dando pasos de impaciencia de un lado para otro. Aquí tiene a su hijo, qué tal ha ido, bien, y la madre, está perfectamente. Gabi se tiraba de los inexistentes pelos de la cabeza, retorcía sus manitas intentando rascarse el cuero cabelludo, parecía un embrión de loco en estado catatónico. No se hará daño verdad, no ,es un gesto nervioso, no se preocupe. Gabi era un bebé ni grande ni pequeño, cuarenta y ocho centímetros y tres quilos quinientos, déle ese biberón, ¿yo?, si hombre tiene que ir practicando, ¿qué es?, es una solución, una especie de suero con nutrientes. Gabriel tiene miedo de coger a esa cosita entre sus brazos, no sabe cómo sostenerlo, lo posa en la concavidad que crea la flexión de su codo izquierdo, Gabi llora con brío, como una horda al ataque, con mucho cuidado intenta meterle la tetina en la boca, no puede, no sabe, ande déjeme a mi, la comadrona es una artista en estos menesteres, el bebé comienza a chupar con fruición, se calma, ve cómo se hace, si pero no sé si se me dará bien, enseguida se aprende, Gabi intenta abrir sus ojos de boxeador después del combate, con dificultad la rayita se entreabre, sus deditos prensiles se aferran al dedo índice de Gabriel, su madre entra en el momento en que él le acaricia la mejilla, ¿Cómo estás?, bien, pero me tiran un montón los puntos, el ginecólogo viene detrás, le da la mano a Gabriel, enhorabuena, gracias, se acerca a Laura, ahora a descansar, mañana me pasaré temprano a ver como estás, gracias doctor, Laura quiere poner al niño junto a su pecho, no puede contener la caída de un lágrima, es una imagen tan tierna, como de madona renacentista, habría que enmarcarla, así, madre e hijo recordarían para siempre los lazos de sangre que les unen, carne de su carne, vísceras de sus vísceras, células madre en células hijo, un código genético en el que se desconoce si pesará más el idealismo de Gabriel o el pragmatismo de Laura o puede que dando un rodeo adopte el pesimismo de Berta o la vena justicialista de su abuelo, una mezcla de sus padres convertiría a Gabi en el perfecto realista capaz de asumir con objetividad los sucesos que le aflijan o le emocionen. No da síntomas de ello, desde los primeros meses se inclina del lado de Laura, su carácter parece ser práctico, egocéntrico, impone la esclavitud de sus necesidades, fuera y dentro de hora, amaga para no cumplir, llora su ración de leche materna para rechazarla, no duerme un sueño prolongado, viciado de colo por la inexperiencia de sus padres no admite la cuna como tálamo, prefiere la cadencia de los paseos, el contacto directo que le permite escuchar los latidos del corazón de su madre, el abrazo paternal de Gabriel que le coge por la nuca y coloca su pequeña cabeza, ligeramente ladeada, apoyada en la clavícula que le sirve de almohada. Para que dormite mientras le canta las nanas que aprendió recientemente de un cedé que compró en el Corte inglés, o canciones infantiles como la del barquito chiquitito o la del elefante que se balanceaba sobre la tela de una araña, que tenía casi olvidadas, reiterativas, obsesivas, perennes.
"El poema eres tú recomponiendo el espejo que cada día rompes".
"Comprender es unificar lo invisible".
"Elijo la lluvia, porque al derramarse, muere".
"El mar está aquí, en tu silencio".
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Re: Una experiencia de madre y otra de padre"La deriva"
Te sigo, amigo; aún debo leer otro fragmento que ya ha comentado Julio.
Abrazo.
"He guardado la Luna en los cajones
por si vuelves de noche que te alumbre;
no te tardes, papá, que sin la lumbre
de tu amor no se encienden los fogones.'"
Esta cárcel sin ti, Ramón Olivares
- Ventura Morón
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- Registrado: Mar, 29 Oct 2013 0:40
Re: Una experiencia de madre y otra de padre"La deriva"
Te felicito amigo, siempre mil gracias por compartir.
Abrazo grande