Envejeces sin plena conciencia del cambio. A veces, caes en la cuenta del anciano que usurpa tu nombre cuando tienes que apuntar la hora de la cita, o te haces repetir las indicaciones de una calle. Callas y levantas la mirada al cielo como perdido en un laberinto ajeno, o miras al extraño que se refleja en el escaparate y piensas: ¿quién es ese hombre con el cabello blanco y la mirada estremecida? Han pasado los años, tiempo que guardas en carpetas azules perfectamente ordenadas... ¿para qué abrirlas sino para esperar que un alocado viento del olvido, con su soberbio soplo vuele las cenizas de nuestra vida?
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