María José Honguero Lucas escribió:Naces sin pudor,
sin miedo a los zapatos de otro número,
sin esa mordaza
que se cuela transparente entre los labios
con la primera noche a solas
y se va volviendo opaca con las letras
cautivas en la mudez ficticia,
te apresuras al mundo con los párpados rectos,
sin mirar más allá de donde el tiempo
perdió todos sus cálculos
para no mancharte de esas nostalgias curvas
que te enroscan la sed.
Vienes desnudo,
con el único vestido de unas lágrimas secas
que no saben fingirse,
con las manos vacías y el alfabeto tierno,
hacia dentro,
intentando edificarse a sí mismo en algún gesto,
haciendo creer que tu piel es impermeable
al dolor, a la mentira,
a ese polen de pecados que fecunda las rosas
cuando el color se olvida de tus ojos.
Luego llega la edad
en que has de encender la luz para dormirte,
ésa donde los juegos son las únicas islas
donde mirarte a solas
y naufragar de un futuro que se antoja pequeño
como el suicidio de un árbol en la noche,
donde los amigos son tantos y se sienten tan cerca
que pudieras
pintar con ellos el cuadro puntillista más perfecto
sin espacios en blanco.
Creces
y empiezas a mirar al cielo de reojo
hasta perder el aroma a semilla bajo un guante,
conoces el vaivén de las olas,
la rotación de los otoños,
el envés de una sombra herida de granizos,
y llega esa hora espantosa en que te sientes,
por vez primera, inmensamente solo.
Si pudieras recordar,
volver a ese punto de indigencia
donde una vez fuiste libre,
si te atrevieras a contemplar despacio
y dejar que el alma brotara de esa flor
marchita en la solapa,
si todos dejáramos de perseguir un mismo rostro
o una misma ovación,
un himno que se nos atraganta en la boca
al tiempo de nombrarlo,
tal vez seríamos un poco más felices,
aunque solo fuera por desandar un camino
con los pies descalzos.
Quizás fuera entonces, al desconocernos,
cuando nos sintiéramos más cerca que nunca
de nosotros mismos.
si te atrevieras a contemplar despacio
y dejar que el alma brotara de esa flor
marchita en la solapa,
si todos dejáramos de perseguir un mismo rostro
o una misma ovación,
un himno que se nos atraganta en la boca
al tiempo de nombrarlo,
tal vez seríamos un poco más felices,
aunque solo fuera por desandar un camino
con los pies descalzos.
Un poema a la importancia de la individualidad, al arquetipo de unicidad que realmente somos. Inmenso y bello poema, María José. ERA