Silvestre y "rayo del desierto"...

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Quinteño de Greda
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Silvestre y "rayo del desierto"...

Mensaje sin leer por Quinteño de Greda »

No había aun clareado el dio, y como de costumbre, allí estaba Silvestre en su verde y extraño huerto. A lo lejos, divisó una polvorienta hilera de limusinas, que se acercaban a su casa por la vereda que conducía hacia ella.
Cuando llegaron a la altura donde estaba el sanador, todos los lujosos coches, frenaron, y de uno de ellos, bajo un uniformado hombre, con traje árabe, y porte erguido,. Silvestre el sanador, un poco extrañado por todo aquello, se le acercó, y le dios los buenos días, aquel árabe, se presento a Silvestre, en un correcto castellano, y le dijo: buenos días Señor, ¿ es usted Silvestre, el sanador de pájaros? Silvestre asintió con la cabeza, y le respondió: si soy yo, ¿en qué puedo ayudaros? Mire Señor, le contestó aquel hombre, me llamo Ali, soy el secretario personal de su Majestad el Rey del desierto. Estoy aquí, para llevarle ante su Alteza, ya que su fama como sanador de pájaros, traspasa las fronteras, y es por ello, que vengo a llevarle ante Su Alteza Real, el cual tiene el gran honor de invitarle a que acuda al desierto, para sanar a “rayo del desierto” como así se llamaba aquel halcón favorito del Rey del desierto. Nos espera un jet privado, para el viaje, si usted acepta ser el sanador, le será eternamente agradecido su Majestad.
Silvestre aquel hombre tranquilo, se quedó un poco dubitativo, y le contestó: mire Señor, le agradezco su ofrecimiento, pero déjeme decirle, que no podré acompañarle, ya que me debo a mis pájaros, a mi hogar, a mi huerta, pero sobre todo, a los amigos que vienen todos los días con sus pájaros, y no debo ni puedo abandonar este lugar…
El secretario personal, con gesto serio, le dijo: si es por dinero, aquí le doy un cheque en blanco, para que sea usted, el que le ponga cifra. ¡No! dijo Silvestre. No se trata de dinero, sólo se trata de lo que le acabo de explicar, que no debo, ni puedo abandonar este sitio…
El secretario sacó un teléfono móvil, y con voz seria y temblorosa, habló en árabe, y sus gestos y movimientos, daban a entender a Silvestre, que bien pudiera estar hablando son Su Majestad el Rey del desierto, como así era…
Cuando hubo acabado de hablar, aquel hombre le rogó e insistió de nuevo a Silvestre, que hiciese un esfuerzo, y fuera a sanar al halcón peregrino.
Silvestre, le preguntó, que cómo habiendo tan buenos y expertos veterinarios, en el mundo, y dado el poder adquisitivo del Rey, cómo no habían contratados los servicios de dichas personas.
El secretario, le dijo con cierto grado de frustración, que ya habían contratados a los mejores veterinarios y expertos en aves, y que más que sanar y curar al halcón, éste, cada día que pasaba, se encontraba en peor estado, y que la última esperanza que les quedaba era sin duda “el sanador de pájaros” Silvestre…

Silvestre, le propuso un trato a aquel árabe, y con voz serena, le dijo: no iré, pero no puedo ni debo dejar que dicho halcón, muera, con lo cual me haré cargo de su curación, pero para ello, más que ir yo al desierto, seréis vosotros los que me traeréis a dicho ave.
A aquel hombre, parecía que se le había iluminado la cara, y daba saltos de alegría, al tiempo que de nuevo sacaba el teléfono móvil, y hacia una nueva llamada. Tras varios minutos, de hablar, le hizo saber a Silvestre, que en unas horas, vendría el avión particular del Rey, con “rayo del desierto”, para que lo curase. Silvestre le apunté en un trozo de papel, el nombre de una planta que en la época que estaban, estaría en flor, y que solo crecía allá, pues era una planta endémica del desierto, a la vez, que le insistió, de no olvidar traer aquella planta.

Aquella lujosa comitiva de limusinas, se iban alejando rápidamente, y tras de sí, dejaban un rastro polvoriento…
Silvestre, pensó para sí mismo: éstos árabes ….
Al caer la tarde, Silvestre estaba sentado en su mecedora, a la puerta de su casa, como solía hacerlo cada jornada. A lo lejos vio llegar una larguísima comitiva de limusinas, pero esta vez, venían muchas más…
Cuando llegaron a la puerta de Silvestre, Ali se bajó de una limusina, acompañado de varias personas que conformaba aquella comitiva, y saludó de nuevo al sanador de pájaros, diciéndole que traían al halcón peregrino, y se apresurase a sanarlo. Silvestre, con su característica voz serena, le hizo saber a Ali, que el protocolo de curación, eran tres días, ni uno más, ni uno menos, Ali llamó a palacio, y se lo comunicó a su Rey, el tiempo que estaría allí “rayo del desierto”, el Rey, debió de asumir dicho tiempo, ya que Ali, rápidamente le dijo a sus subordinados, que bajasen del coche la jaula hospital, en la cual venia aquel halcón peregrino, que tan gravemente estaba. Silvestre le preguntó a Ali, si había traído aquella planta en flor que le encargó, rápidamente Ali, dio orden, que bajasen la nevera, en la cual venia aquella planta…
Más que un majestuoso halcón, era una triste pelota de plumas enmarañada “rayo del desierto”. Silvestre le miró, con cierto dolor, pero a la vez, él sabía que sanaría… Ali, le dijo que se quedarían allí cerca de su casa, varias limusinas, hasta haber sanado el ave, además se quedarían dos de los expertos que trataron a “rayo del desierto” y que irían informando la evolución del ave, a palacio, todos los días que estuviera allí, Silvestre le dijo, que fuera, podían estar, pero que no traspasaran los límites de su casa, y sobre todo de su verde y extraña huerta, Ali asintió con la cabeza, y así se lo hizo saber a Silvestre.
A la mañana siguiente, al clarear el día, ya estaba allí en su huerto el sanador de pájaros, desde cierta distancia, vio a parte del séquito que allí se habían quedado, con cámaras de grabación, filmando cada uno de los movimientos que hacia Silvestre en su huerto, e iban apuntando minuciosamente todo… Así transcurrieron tres días…
Al tercer día, -lo establecido- Ali llegó de nuevo con una nueva comitiva de limusinas, Silvestre al oírlos, salió a su encuentro, Ali con voz temblorosa y preocupada, saludó a Silvestre, y le preguntó por “rayo del desierto”, Silvestre le dijo, que estaba bien y restablecido, y que en unos minutos se lo entregaría. Todo el séquito como Ali, estaban inquietos y preocupados, ya que nada mas agradaría a Su Majestad el Rey del desierto, ver a su halcón favorito recuperado de su extraña enfermedad, y verlo de nuevo en los aires de palacio… Silvestre salió de su casa, y sólo llevaba la nevera, donde le habían traído aquella planta en flor, y se la devolvió.
Ali, más preocupado aún, al no ver al halcón, le dijo al sanador de pájaros, que dónde estaba el ave, que la nevera no les importaba, ni la jaula hospital siquiera, éste le dijo a Ali, que en unos minutos, se lo entregaría, fueron los minutos más largos y tensos de todos los allí presente…
Cuando Silvestre atravesó el umbral de la casa, apareció con “rayo del desierto”, no apoyado en el antebrazo, como lo hacen los cetreros, sino en su hombro, el cual le acariciaba su oído, como dándole gracias por haberlo curado, y quizás así fuese…
Ali, al ver al halcón, le dijo al sanador, que si estaba del todo recuperado y sanado, éste le miró y le dijo: -si- más que nunca está recuperado, y lo cogió con sus manos, y lo lanzó al cielo.
El halcón, pronto alcanzó casi el cenit, y planeó sobre las cabezas de todos los que estaban allí presente. Silvestre emitió un fuerte silbido, y aquel halcón se lanzó en picado y con tanta velocidad, que parecía que se fuese a estrellar contra el suelo, pero más que eso, “rayo del desierto” se posó suavemente esta vez en el antebrazo de Silvestre, como mariposa que lo hace en una flor.
Todos imploraban a Alá, como algo milagroso, y los dos expertos que trataron al halcón sin éxito, le preguntaron al sanador, qué extraños y milagrosos remedios había empleado, para tal sanación, ya que ellos, no fueron capaces, aún empleando los más modernos antibióticos y sulfamidas existentes en el mercado, y todos fueron en vano… Silvestre sonrió, y les dijo con voz cálida: a cada enfermedad o mal, la madre naturaleza, nos proporciona los remedios, solo hay que observar para saberlos…
Ali recogió de las manos del sanador al halcón, y lo introdujo en una lujosa limusina, y acto seguido le quiso dar a Silvestre el cheque en blanco, para que le pusiera la cifra que él quisiera, éste se lo devolvió, y le dijo que no había sanado al halcón por dinero, y que a él solo le había importado la salud del halcón…
Todos se montaron presurosos en las limusinas rumbo al aeropuerto, para coger el avión que los llevase a palacio, pero antes de eso, Ali le dio mil gracias por todo cuanto había hecho.
Silvestre, en su puerta, vio como aquella comitiva partió, y pensó, ya vendrá…
Cuando llegaron ante el Rey, no se recuerda tanto jubilo y alegría allá en palacio, pues llevaron a “rayo del desierto” sano y salvo. El Rey no daba crédito a lo que veían sus ojos, y le dijo a su secretario Ali, que qué extraño hombre era Silvestre, que fue capaz de sanar al halcón, aún cuando los mejores especialista mundiales en veterinaria sobre aves, no fueron capaces de lograrlo. Ali le contó al rey, como aparte de sanar al pájaro, rechazó el cheque que le quiso dar, el Rey, quedó muy perplejo ante tal noticia, pues hombres como el sanador, bien merecían conocerle. Le dijo a su secretario que preparase todo para ir a conocer a Silvestre…
Como siempre el sanador allí estaba a las claras del día en su huerta, cuando a lo lejos, divisó una numerosa caravana de limusinas, Silvestre dijo para sí mismo: ya está aquí…
A la puerta de Silvestre pararon y rápidamente se bajaron de las limusinas, parte del séquito, así como varios guardaespaldas del Rey, éste, se bajó y miró atentamente a aquel hombre que estaba en el huerto; el sanador fue a su encuentro, y una vez llegado ante él, el Rey dijo: salam aleikum, soy Ibrahim, Rey del desierto, y se saludaron a la forma árabe.
El sanador invitó a que entrase en su casa, el Rey le dijo a su séquito como a sus guardaespaldas, que esperasen fuera, y así fue.
Silvestre le ofreció una infusión de té al Rey, y éste se la aceptó, mientras la preparaba, el Rey escucho unos cristalinos y puros sonidos de pájaros, que procedían del patio. Mientras ambos tomaban aquella infusión, el Rey le ofreció a Silvestre, que fuese su cetrero real, éste le declinó el ofrecimiento, y le hizo saber lo mismo que a Ali: aquí está mi hogar, mis pájaros, mi huerta y mis amigos, no debo ni puedo dejar este lugar. El Rey lo comprendió, y una vez que acabaron la infusión, el Rey le dijo a Silvestre, qué pájaros eran los que emitían aquellos bellos sonidos, Silvestre le hizo pasar al patio, y cuando los ojos del Rey vieron aquellos pájaros maravillosos y jamás visto antes, le preguntó: ¿qué pájaros eran? Silvestre le contestó: son el fruto de toda una vida dedicado al mundo de ellos, y sobre todo a sus conocimientos…
Como todos, el Rey no iba a ser menos, y le preguntó: ¿cuánto quieres por ellos? Silvestre le dijo que no los vendía, y que no tenían precio, Ibrahim el Rey, se sorprendió aún más por la respuesta, y le dijo que todo tenía un precio… Silvestre le sonrió y le dijo: Majestad, todo no tiene un precio…
Tras largo rato de preguntas, el Rey quiso saber, qué extraña enfermedad había tenido su halcón, y qué remedios había empleado Silvestre para su curación, éste le dijo con voz serena:
Más que enfermedad, tenía un mal, y de ese mal, el remedio estaba allá en el desierto, la planta en flor que le pedí traerme Majestad, se llama la “rosa encarnada” y de sus pétalos, hice una infusión para curar el mal que tenía su halcón. ¿Qué mal? Le preguntó Ibrahim el Rey al sanador, y éste le dijo “el mal de amores” Majestad, el “mal de amores”… ¿Qué es eso Silvestre? Le preguntó de nuevo, éste se lo explicó y le dijo: todos los seres vivos, tienen la imperiosa necesidad de procrear, -todos Majestad- y “rayo del desierto” no era una excepción… Ibrahim el Rey, sonrió y le dijo: cierto es, que simple y a la vez complejo, pero cierto es…
El Rey se despidió de Silvestre, no sin antes haberle hecho un ofrecimiento: ¿cuánto te debo por curar al halcón?
Silvestre le miró amablemente a los ojos y le dijo al Rey: Majestad, ya le dije que nada, que todo no tiene un precio, solo me debe “su amistad”…
Hallie Hernández Alfaro
Mensajes: 19436
Registrado: Mié, 16 Ene 2008 23:20

Mensaje sin leer por Hallie Hernández Alfaro »

De nuevo tu relato exhibe valores muy loables, Quinteño. La amistad, el obrar desinteresado, la sencillez, la empatía con el reino animal.

Gracias por tu aporte y muy felices horas, compañero.
"En el haz áureo de tu faro están mis pasos
porque yo que nunca pisé otro camino que el de tu luz
no tengo más sendero que el que traza tu ojo dorado
sobre el confín oscuro de este mar sin orillas."

El faro, Ramón Carballal
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