
Primer olor a pino en el terrario,
¿me guardas el secreto? que no vengan
doctores a opinarlo.
Se han ido ya dos cosechas del jardín sin que tu mano
aliente la raíz, cubra el esqueje, domestique
el ansia de luz de la hiedra en la baranda.
Germán el aparcero abre la siega;
se acerca con un nido despeinado,
un huevo verdeazul entre las manos:
de torda, me dice, ya es el tiempo --su iris sonriente
aguza luego serio contra el viento, calibrando
la bóveda en arrullo del pinar detrás del río.
Nunca el crujido de pasos tempranos del camino
procura tu pie ahora, sino aquellas
yeguas aurorales
que entonces respiraban de tu tacto
y hoy resoplan minuciosas la niebla y la cancela
--sus lomos humeando al primer sol de noche muerta.
Tu leyenda se desliza al mentidero, cada palabra de ella,
cada idea me urge asentimiento, y ya no puedo
fingir que no es castrante
lidiar con soledad en primavera.
El ansia de luz de la hiedra en la baranda.
La bóveda en arrullo del pinar detrás del río.
Los lomos de las yeguas humeando al primer sol de noche muerta.
Y este amor de eunuco, esta batalla.
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