
Longuísima su barba de erizado cabello
le colgaba hasta el suelo como un acantilado
de tres codos y medio de haberse descuidado
y el tal Hans Steininger se jactaba con ello.
Posaba como un Papa con su rostro de sello,
era la sensación reinante en el condado,
hasta el funesto día de giro inesperado
cuando ardió la ciudad y se destrozó el cuello.
En medio de las llamas y el pánico en la huida
no pudo atarse el rollo como era su costumbre
para poder andar holgado por la vida.
Y se fue por los suelos entre la muchedumbre
con mortal patinazo buscando la salida
cuando pisó la barba que lo elevó a la cumbre.
Copyright©2014
Exp. SE-755-14