al gran recinto sagrado, resuena
la voz que a la oración llama y entona
los salmos de una fe que me es ajena.
Percibo que mi traje desentona
con la turba vestida de agarena.
Ceñidas las cabezas con turbantes,
veladas las mujeres vergonzantes.
El zoco con olores de los fritos,
mantas llenas de frutos olorosos,
los perfumes mezclados con los gritos
asaltan mis sentidos dolorosos.
Por el medio cargados los burritos
vigilados por mozos recelosos.
Y fuera de este centro de locura
la calma y ese sol que me fulgura.
