
Porque está el amor inmóvil, porque soy sutil en las cosas sencillas y terco como mula ante los sueños. Miro el reloj; Las cuatro, la hora en que llegaste. La hora en que te dije; sólo una vez más, y yo mentía. Y escribí estos versos para nunca despertarme. Te mentí de la forma en que mienten los amantes. Deliraba con tu roce como una sacudida que me cobijara el alma. No era temblor de ti. Pese al temblor, mentía. Era recelo al amor que nunca he conocido. Y tú me lo entregabas, espléndido, abundante. Sembrando por mi pecho tus rosas como un río, blancas eran tus rosas. Y la pasión más blanca que tus ojos, gemía en mi cintura.
Miro el reloj; las cuatro. La hora en que te fuiste, y hay doce versos temblándome en el pulso y un poema abandonado buscándote en los ojos. Las cuatro. Por qué me despiertas llamándome así, cuando tu sueño habita en mi vacío. Me llamas así y una estrofa de tiza trepa por mis labios al jardín de tus ojos. Son las cuatro. Me dispongo a dormirme. Sin motivo está mi corazón esta madrugada, serenamente claro en la penumbra de este inquieto poema de las cosas que ya mil veces te conté. Lo más oscuro es lo que no es de ti,
nieve blanca quemando mi memoria.

A veces, o mejor dicho, casi siempre
te sueño tanto
que al despertar te veo distinta.
Ni en corazón ni en alma te pareces
a la que soñaba hace un instante
hasta tu cuerpo cambia
y es más bello.
A veces, mejor dicho, casi nunca
consigues engañarme
y vuelvo a verte tal como eres
como sigues siendo
como serás ya siempre
mientras yo te sueñe