
Hoy vengo con un temblor como de azúcar,
vengo de la oficina del paro, con los zapatos
de andar lento y la mirada llena de esquinas,
soy una larga fila inclinada hacia la esperanza.
En la cola veo un señor mayor, y sufro de verle.
Él ahora sólo es una duda
o dos. La otra es mía.
Mira como viene. Parece un espejo,
toma el color del local
y se ungüenta perpendicular a la ventanilla
pensando que nadie lo piensa.
Desde este lado de su frío estoy mirando
y mientras llueve expiación, o porque llueve expiación
pienso que es hora de beberle la pena
a esos ojos grandes.
Parecen islas, dicen los míos,
que se extrañan de que allí,
justo allí, abreven hoy la sed.
Y se convencen:
simulan una ilusión que no existe.
Acudid, acudid con esperanza
preparaos a sufrirla
y no digáis a nadie
que de allí no se vuelve.