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No es que mis ojos huyan tu mirada
y me persigan vanas tus sendas sin mis huellas.
Se insinúa mi credo como una convicción
que huye hacia la piedra
como un desesperado salmo anclado en el misterio.
Nunca razón y fe
convocaron la calma del límpido fervor,
las palabras no son oraciones de sal
en la verdad de los instantes
ni pueden las metáforas trepar las alambradas
para culpar a los océanos
del azafrán impúdico del aire
en la incendiada ofrenda del mar y sus arrojos.
Incierto es que la paz
sea el estado natural del hombre,
sobre el dolor dormido
no hay sístoles ni bálsamos
si el corazón reniega de su origen,
de su esencia y sus votos.
Como la estrella, el ser humano,
muere rompiendo el estallido de la sangre,
la carne y el espíritu olvidan sus premisas
como heridos planetas en la raíz del sol.
Siendo silencio anónimo
fuimos cavando formas, géneros impasibles
como la masculina ribera de tus playas
o los tercos rompientes de tus costas.
Hoy
un día antes de mi cumpleaños,
debo salir volando, a contemplar inmune
una acuarela ilesa de alborotos;
hay sermones y cánticos
ofrendas y renuncias,
votos y mercachifles.
Con multitudinario fervor
una Esmeralda consagrada en la mar
extiende su perfil glorioso sobre la arena.
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(Y yo tan aturdido sigo que podría creer también en una virgen fea, fea y coja, tartamuda y ciega; una virgen cercana con colonia barata de los bazares chinos; una virgen tan pobre y sin papeles que buscaría esposo para unir su pobreza al aprecio de un hombre que la hiciera feliz, llanamente feliz con su hipoteca y sus quehaceres, sus macetas y sus retoños, sus risas y sus lágrimas y sus ratos humanos horizontal a un hombre).
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Frente a la sal y al viento,
el agua estaba fría como cada enero
y yo cierro otra vez mis ojos desnudos a la fe.
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Historias de cualquier otoño
La Virgen del MarCorría la noche del 21 al 22 de diciembre de 1502 cuando ocurre la Aparición de la Virgen del Mar. Cubría guardia el torrero morisco Andrés de Jaén, y dice la crónica que “vio algo que rebrillaba en la mar, por lo que tuvo gran temor. Bajó de la torre y acercándose a la orilla, y estando así espantado, no sabía que pensar, cómo o en qué manera aquella imagen hubiese allí aportado, y dijo más, que por otra parte se halló tan consolado y con tanta devoción, aunque indigno y pecador por haber tal tesoro hallado. FUENTE: http://www.hermandadvirgendelmar.es/
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