
Siempre hay un buen pretexto
para desenterrarnos.
Y está bien que el quetzal cante,
y que le crezcan alas a las serpientes.
Que las piedras tomen vida
y hablen.
Está bien,
porque quien puede creer
que no todo es lodo,
es capaz de rescatar
las semillas
y florecerse.
Es bueno y está bien, hacerse brisa
en medio del desierto
y correrse
y meterse entre las hendiduras
más profundas
y lamerlas como si fuéramos
el sol.
Quién encuentra el pretexto perfecto
puede hacer volar mil mariposas.
No importa el color que Dios
quiera Imprimirle al firmamento
mientras duerme.
Y quizás él, sí tenga una pesadilla.